El Brexit desde Londres
Luis Larraín Director ejecutivo Libertad y Desarrollo
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Luis Larraín
No se habla de otra cosa en la capital inglesa. El líder que elegirán los militantes del Partido Conservador en dos semanas más para reemplazar a Theresa May tendrá que implementar el Brexit. Boris Johnson y Jeremy Hunt son los dos favoritos, con ventaja para el primero. Ambos postulan un Brexit con acuerdo, vale decir, que el Reino Unido negocie con la Unión Europea los términos en que abandonarán el bloque, conforme a lo que determinaron los votantes en el ya lejano plebiscito convocado por James Cameron.
La negociación está basicamente, aunque no exclusivamente, relacionada con cuestiones comerciales. Un grupo de los partidarios del Brexit —libertarios o neoliberales, como queramos llamarlos—, considera inaceptable que un Parlamento radicado en Bruselas y con representación de todos los países de la Unión Europea apruebe leyes que sean obligatorias para los británicos. Es una cuestión de soberanía, dicen, y su alegato suena muy razonable.
Donde se complica la cosa es en relación al libre comercio. Si bien los partidarios del Brexit de esta vertiente conservadora son defensores del libre comercio y, por lo tanto, quisieran negociar con la Unión Europea condiciones similares a las que tienen hoy día, desean tener libertad para avanzar en mayor apertura comercial aún con terceros países. Esto resulta difícil de aceptar para la UE, pues sienta un precedente en que cualquier país perteneciente a ella podría exigir el mismo trato. Así las cosas, es posible que el Reino Unido tenga que negociar por separado los aranceles y otras condiciones del comercio con los distintos países de la Unión.
Y hay otro problema, Theresa May negoció con la UE el llamado backstop o salvaguardia irlandesa. Esta es una garantía legal, una cláusula para evitar una frontera física entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, una de las naciones que constituyen el Reino Unido, que entraría en vigor en caso de que Reino Unido y la Unión Europea no lleguen a un acuerdo comercial durante el período de transición del Brexit, en diciembre de 2020. Esta es una cuestión importante para los irlandeses. El Parlamento británico, sin embargo, no aprobó la negociación de May y por eso ella debió renunciar. Si quien la suceda no está dispuesto a aceptar el backstop, tiene que dar una solución a las fronteras físicas entre irlandeses, y esa solución parece no estar a la mano.
Como podemos ver, implementar el Brexit no es meramente una cuestión de principios, sino que debe enfrentarse con problemas prácticos de difícil solución. A ello se agrega la complicación del manejo político, pues la estrecha mayoría a favor del Brexit no proviene solamente de partidarios del libre comercio y la soberanía británica, sino que hay allí también adversarios de la inmigración y de la globalización, que difícilmente se alinearán con los Tories a la hora de buscar acuerdos políticos.
El Brexit no significará un descalabro para el Reino Unido ni tendrá graves consecuencias económicas; de hecho, la economía se ve muy saludable y la moneda no se ha debilitado. El problema es que mantendrá a la clase política ocupada en la resolución de problemas complejos, seguirá dividiendo a los políticos británicos y lesionará las relaciones entre las naciones integrantes del Reino Unido. Los irlandeses que pertenecen a éste y los escoceses, resentirán la insensibilidad de la mayoría de los ingleses ante las consecuencias del Brexit.