Recuperación y crecimiento de largo plazo
Luis Felipe Lagos M., Economista, consultor
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Luis Felipe Lagos
La velocidad de recuperación de la economía ha entrado en una relativa pausa; la variación desestacionalizada del promedio móvil trimestral del Imacec respecto al trimestre anterior se mantiene en torno a 8%, para los trimestres terminados en octubre y noviembre. El empleo ha respondido, como es habitual, de manera rezagada respecto de la producción, sin embargo, los empleos creados son principalmente informales.
Las características de la recuperación responden a las perturbaciones que ha generado la recesión más intensa en el país desde 1982. La crisis política, con su estallido de violencia el 18-O de 2019, la cual se mantiene a una escala menor (salvo en La Araucanía, donde se intensifica de forma preocupante); la exacerbación del conflicto entre el Ejecutivo y Legislativo, atribuyéndose este último iniciativas propias del Gobierno en un verdadero “parlamentarismo de facto”; y el inicio de un proceso constituyente que durará dos años.
Por otra parte, la pandemia, que impacta la oferta de bienes y servicios debido a las restricciones de movilidad impuestas y voluntarias —y que también golpea a la demanda, debido al incremento en el desempleo y pérdidas de ingreso—, amenaza con una segunda ola con mayores contagios, antes de que se pueda vacunar a un porcentaje importante de la población.
La similitud entre la crisis social-política y la sanitaria es la incertidumbre que ambas generan, resultando en una recuperación con altibajos.
Lamentablemente, a nivel mundial la recesión tendrá efectos en el crecimiento de largo plazo (tendencial) de las economías emergentes y desarrolladas, debido a su impacto en el mercado laboral y la caída en inversión y productividad, como se concluye en el último informe del Banco Mundial.
En Chile la inversión ya venía debilitándose: disminuyó consecutivamente entre 2014 -2017; y el Banco Central proyecta una caída de 13% en 2020. Dado el escenario de alta incertidumbre, es difícil que pueda repuntar significativamente; incluso el 7% estimado en el IPOM para 2021 parece elevado, a menos que se genere un clima más favorable a la inversión en la discusión constituyente y en una futura reforma tributaria, de manera que se reduzca la incertidumbre de política económica.
En el mercado laboral, la significativa disminución de la participación, particularmente femenina; el desempleo que deprecia el capital humano; la creación de empleos informales y las dificultades en el proceso de enseñanza a distancia, debilitan el crecimiento tendencial. El Banco Mundial estima que la pandemia podría reducir, en promedio, los años de colegio ajustados por calidad en 0,6 años.
La productividad también se ha desacelerado, siendo su variación negativa, en promedio, en los últimos quince años. La Comisión Nacional de Productividad calcula que la variación en 2020 fue -0,7%. Si bien, la pandemia puede acelerar la adopción de tecnologías que eleven la productividad futura, los efectos disruptivos sobre el trabajo, la educación y la menor acumulación de capital actúan en sentido inverso.
La revuelta del 18-O y su consiguiente incertidumbre política llevaron a una corrección del crecimiento tendencial de 3,5% a un rango 1,5%-2%. La pandemia hará que el crecimiento de mediano plazo esté más cerca de 1,5%. Si no controlamos la violencia y generamos un clima favorable al emprendimiento, la inversión y productividad; si no modernizamos el Estado y aumentamos la participación laboral femenina y calidad de la educación, estamos condenados a una economía virtualmente estancada en términos per cápita.