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La reanimación de Occidente

Estados Unidos debe asumir el liderazgo y pedir al mundo que acuerde un Plan Marshall moderno que coordine el comercio y las politicas macroeconomicas para impulsar el crecimiento global

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En un año de peligros financieros como fue 2008, el mundo se unió para reestructurar el sistema bancario global.

En 2009 mientras el comercio se colapsaba y el desempleo aumentaba drásticamente, el mundo unió fuerzas por primera vez en el G-20 para prevenir que una gran recesión se transformara en una gran depresión.

Ahora, con el desafío de una década de austeridad de bajo crecimiento, sin soluciones nacionales para el desempleo de largo plazo y estándares de vida deteriorados, el mundo necesita unirse en la primera mitad de 2011 para acordar una estrategia económica y financiera de prosperidad, que sea mucho más audaz que el Plan Marshall de los años 40.

A Occidente no le queda mucho tiempo porque tanto en Europa como EE.UU. tiene que darse cuenta de que la crisis de años recientes -empezando por la crisis de hipotecas de alto riesgo, pasando por el colapso de Lehman Brothers hasta la austeridad griega y el riesgo de quiebra de Irlanda- son síntomas de un problema más profundo: el mundo está experimentando una reestructuración del poder económico que es de largo alcance, irreversible y sin duda, sin precedentes.

Por supuesto, todos sabemos del ascenso de Asia, y que China exporta más que EE.UU. y también que pronto fabricará e invertirá más. Sin embargo, no hemos entendido el fuerte curso de la historia. La dominación económica occidental -10% de la población mundial produciendo la mayoría de las exportaciones mundiales y la inversión- se fue para nunca regresar. Después de dos siglos de monopolio europeo y estadounidense de la actividad económica global, ahora el resto del mundo supera su producción, manufacturas, comercio e inversiones.

El crecimiento de una revolución del consumo asiático ofrece a EE.UU. un camino hacia una nueva grandeza. Actualmente, el gasto de los consumidores chinos es de apenas el 3% de la actividad económica mundial, a diferencia de la participación de Europa y Estados Unidos, que es del 36%. Esas dos cifras ilustran por qué la economía mundial está tan desequilibrada.

El crecimiento del consumo asiático puede ser la estrategia de salida para nuestra crisis económica. Sin embargo, Occidente sólo se beneficiará si toma las decisiones de largo plazo correctas sobre las cuestiones económicas más importantes -¿qué hacer con respecto a los déficits, las instituciones financieras, las guerras comerciales y la cooperación global?En primer lugar, la reducción del déficit debe darse de modo que se amplíen las inversiones en ciencia, tecnología, innovación y educación. Se necesitará inversión pública y privada para fomentar la educación e investigaciones científicas de la mayor calidad.

En segundo lugar, Occidente no podrá aprovechar los mercados nuevos si se hunde en el proteccionismo. Prohibir las adquisiciones transfronterizas, restringir el comercio y prolongar las guerras de divisas hará más daño a EE.UU. que a cualquier otro país.

Estados Unidos debe asumir el liderazgo y pedir al mundo que acuerde un Plan Marshall moderno que coordine el comercio y las políticas macroeconómicas para impulsar el crecimiento global. EE.UU. debe trabajar con el nuevo presidente del G-20, el presidente francés Nicolás Sarkozy, para reanimar el crédito privado mediante la creación de certidumbre a nivel global sobre las normas y reglas a que deben ajustarse los bancos.

También se necesita llegar a un acuerdo en el sentido de que los planes multianuales de reducción del déficit de cada país deberán ir acompañados de la aceleración del gasto de consumo en Oriente y de inversiones específicas en educación e innovación en Occidente. Un plan de ese tipo debe alentar a China y Asia a hacer lo que les interesa a ellos y a todo el mundo: reducir la pobreza y ampliar la clase media. Y Occidente debe acelerar las reformas estructurales para ser más competitivo y asegurar al mismo tiempo que la consolidación fiscal no destruya el crecimiento.

Mediante acciones conjuntas, las economías del G-20 podrán ver no sólo cambios marginales, sino un crecimiento superior al 5% para 2014. En lugar de estar en un mundo con economías empantanadas a causa de las divisas y el comercio y guarecidas en el refugio ilusorio del proteccionismo, podríamos alcanzar un crecimiento de US$ 3 billones que se convertiría en 25 ó 30 millones de empleos nuevos y que liberaría de la pobreza a 40 millones de personas o más.

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