Investigación por curiosidad o por misión
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José Miguel Benavente
En estos días la ciencia, tecnología e innovación han cobrado mayor relevancia en la discusión pública. Por los motivos correctos o equivocados, parece que la ciudadanía está mas receptiva a estos temas. En horabuena. Aprovechando este envión, trataré en esta y varias columnas consecutivas discutir a la luz de la experiencia internacional como también de los avances en la literatura reciente, algunos aspectos relacionados con estos temas haciendo algunos contrapuntos tal como lo sugiere el titulo de esta columna. Aunque exista el peligro de exagerar las diferencias creo que este mecanismo puede ayudar a abrir un espacio fructífero de discusión.
El mundo científico latinoamericano, y el chileno no ha sido la excepción, siempre ha postulado la idea de que la investigación debe regirse por la excelencia académica, principalmente evaluada por grupos de pares, con un énfasis en la formación de capital humano avanzado y buscando responder a preguntas muchas de ellas planteadas por los mismos investigadores sugieren como relevantes. Todo el programa de FONDECYT, pilar fundamental de la ciencia chilena desde mediados de los ochenta, descansa bajo esta premisa. Y ello ha permitido efectivamente la generación de un acervo tanto de conocimiento como de capital humano ultra calificado de gran prestigio y reconocimiento internacional en especial en las disciplinas de la astronomía, biología, matemáticas, y en menor medida en la física, ingeniería civil, economía y geología.
Uno de los problemas que este mecanismo ha generado, y no solo en Chile, es una casi ortogonalidad entre las competencias científicas de las naciones y las necesidades o problemas que los países se ven enfrentados. No solo desde el punto de vista productivo sino también colectivo, tales como el calentamiento global, contaminación, seguridad ciudadana, transporte y congestión, entre otros.
Ha existido y vigente aun, un desbalance en los esfuerzos que nuestros países hacen entre lo que podríamos caracterizar como investigación motivada por la curiosidad de los científicos y aquella investigación orientada por misión. Esta distinción no implica que en la primera se trate lo que comúnmente se conoce como investigación básica y que la segunda sea aplicada. Por el contrario, aquella orientada por misión puede ser ultra sofisticada, muy básica, incluso generadoras de premios Nobel tal como lo demostró el programa espacial norteamericano, la carrera por descifrar el genoma humano o los recientes galardonados en física.
Pero tanto el monto de los esfuerzos como recursos económicos, la mayoría de ellos financiados con los impuestos de todos, ha tenido históricamente un sesgo hacia la ciencia orientada por curiosidad y con un menor énfasis en aquella orientada por misión. Obviamente que respecto a los esfuerzos, particularmente financieros, estamos como país al debe y, en al menos una orden de magnitud, si queremos parecernos a un país promedio de la OCDE, pero es el esfuerzo o foco marginal el que debe ser analizado con detención.
Buscar los espacios para buscar aquellas “misiones” que parezcan relevantes para el país de hoy como del futuro, como también no descuidar la generación de conocimiento menos funcional, es un desafío que es necesario abordar lo antes posible.