Funeral vikingo y convergencia constitucional
Gonzalo García. Constitucionalista y profesor de la U. Alberto Hurtado, ex ministro del TC
- T+
- T-
Gonzalo García
En 2023 podríamos estar asistiendo al funeral vikingo de la Constitución del 80, si los expertos elegidos por la derecha y centro derecha se lo proponen. Éste es un colectivo homogéneo, preparado, multifuncional y que combina dosis de conocimientos, herencias, experiencias y que provienen, casi todos, de una nueva generación sin responsabilidad en el gobierno militar. En ellos, recaerá centralmente la tarea de conducción del proceso constituyente, habida cuenta de sus capacidades.
Ese sector puede reconstruir el orden fundamental legítimamente. Pero para ello debe cumplir sus deberes. Algunos deben desactivar su piñerismo sin futuro y pensar en el país. No pueden ser el sello de la Convención en la forma y el fondo. Metodológicamente, no pueden tener por base ningún texto constitucional previo. Ni la del 25, ni del 80, ni la de la Convención. Su mandato es construir una “nueva Constitución” recogiendo la sabiduría acumulada. No pueden construir una Constitución conservadora ni retorcer las bases del Estado social y democrático de derecho o la conservación y cuidado de la naturaleza y la biodiversidad bajo un formato liberal, que deben ser asumidos como bases que sustentan un proyecto común.
El sector debe negociar y converger en una Constitución tipo plataforma de amplio espectro ideológico. Estéticamente, no pueden debatir “sin filtro” ni ser protagonistas frente a los consejeros. Y, por último, lo difícil. Deben convencer a la gente para que apoye este proyecto, mediante la incorporación de normas populares, participación, audiencia y respeto a las propuestas del Consejo Constitucional. Deben innovar de verdad en lo inédito. Este proceso nace a remolque del anterior y hay un espíritu de rechazo en el ambiente desde septiembre que hay que disipar.
La izquierda y centroizquierda tienen un elenco desbalanceado de expertos. Sin negociadores claros y con pericias más identitarias que globalmente constitucionales, pero serán protagonistas de la norma y del acuerdo. No los imagino negociando sus nichos por cuestiones significativas de la vida económica, social y política del país. Este mundo refleja un cierto estado de desaliento heredado del 4S. Una especie de “segundas oportunidades no son buenas”. ¿Es necesario recordar que la primera fue un fracaso?
Esta segunda, llena de límites y controles, trae un desafío que nunca habían tenido generaciones anteriores: construir un Estado social y democrático de derecho y resolver inequidades en materia de género y pueblos indígenas, así como ampliar la estrategia de protección del medio ambiente con reglas claras para todos, incluidos los jueces. Eso le da toda la épica. Este sector debe superar sus miedos, el desánimo, la falta de apoyo incondicional de los suyos al proceso y producir una Constitución convergente.
El Gobierno del Presidente Boric no debería dudar en promover una nueva Constitución como reinicio de la estabilización del país y desalentar la campaña de crear un nuevo “momento constitucional” por fuera.