Eliminando rarezas
Enrique Marshall Director Magíster en Banca y Mercados Financieros PUCV, Exvicepresidente del Banco Central
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Enrique Marshall
El Banco Central ha introducido varias flexibilizaciones al uso del peso chileno en operaciones transfronterizas. Algunas entrarán en vigor en marzo de este año, en tanto otras lo harán en septiembre. En su comunicado, el instituto emisor ha señalado que estos cambios estimularán la competencia, la eficiencia y la estabilidad financiera.
Con las trabas que se remueven, los residentes en el exterior podrán abrir cuentas corrientes en pesos en el país. Llama la atención que haya existido una prohibición de esa naturaleza en un mundo globalizado, ya que es normal que las personas o empresas chilenas con actividades en el exterior abran cuentas bancarias en otros países.
Sin embargo, la normativa vigente no permitía que los extranjeros hicieran algo similar en nuestro país. Cuesta encontrar explicaciones para una limitación de este tipo, pero ello nos remite a nuestra larga historia de restricciones cambiarias, que fraguó una cultura prohibicionista que perduró largamente en el tiempo.
Es cierto, las restricciones fueron necesarias en el pasado debido a la debilidad de nuestras cuentas externas y a la recurrencia de cuadros de crisis severa de balanza de pagos. En no pocos casos, las autoridades debieron exagerar para evitar las “pillerías”, tan comunes entre nosotros en todo orden de cosas.
A propósito, son varios los ejemplos que me vienen a la memoria. Hasta mediados de los años 90, el Consejo del Banco Central debía autorizar, en sesión solemne, la compra de dólares para la tripulación del buque escuela Esmeralda cada vez que iniciaba un nuevo crucero alrededor del mundo. Una curiosidad, a los ojos de hoy.
También resulta sorprendente recordar que los barcos que transportaban nuestras exportaciones debían esperar en puerto, o a la gira, hasta que el Banco Central autorizaba el respectivo informe de exportación. Las esperas se alargaban cuando ocurrían en fines de semana o feriados, con los consiguientes costos para los exportadores y, en último término, para el país.
Como miembro del Consejo del Banco Central, recuerdo acaloradas discusiones sobre qué era o no era una operación de cambios internacionales. La visión predominante postulaba que todo lo que parecía a una operación de este tipo, debía ser tomado como tal, procurando no dejar nada afuera. Pero ello conducía, por ejemplo, a suponer que una transacción entre un residente y un no residente era, por definición, una operación sujeta a las normas del Banco Central.
Las regulaciones se fueron desmantelando gradualmente en el curso de las últimas dos décadas. La flexibilización más importante se introdujo a principios de los años dos mil con motivo del tránsito a un régimen de flotación cambiaria. Sin embargo, quedaron rarezas o curiosidades que han perdurado y que, de tiempo en tiempo, aparecen a la luz pública. Hace muy bien el Banco Central en desprenderse de ellas.