A propósito de las rentas vitalicias
Enrique Marshall Director Magíster en Banca y Mercados Financieros PUCV, Exvicepresidente del Banco Central
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Enrique Marshall
El episodio de las rentas vitalicias ha dado que hablar en las últimas semanas. Es un tema con varias aristas que deben ser analizadas cuidadosamente. Quisiera aportar con algunas reflexiones.
Primero, me parece importante reconocer que las autoridades económicas, y particularmente la Comisión para el Mercado Financiero (CMF), han actuado correctamente. Ellas no promovieron la iniciativa y no se restaron al momento de comentar sus potenciales efectos adversos. Promulgada la reforma, cumplieron con su deber de dictar los reglamentos. Lo hicieron, además, con una buena dosis de prudencia y razonabilidad.
Segundo, los sistemas financieros suponen la estabilidad de las reglas de juego. Ello es particularmente importante para las operaciones de largo plazo. Cuando la estabilidad no está bien afianzada, los sistemas se concentran solamente en las prestaciones de corto plazo. Es lo que ocurre en varias economías emergentes, cercanas y lejanas, en las cuales las emisiones de bonos, las rentas vitalicias y los créditos hipotecarios son escasos o simplemente inexistentes.
Tercero, en el trasfondo de esta iniciativa está la visión de un sistema financiero que sirve principalmente a los grupos económicos, de manera que infligirle golpes no tendría consecuencias significativas para la inmensa mayoría de la población. Pero esa es una visión que no se ajusta a la realidad. En verdad, las grandes empresas podrían, en buena medida, prescindir del sistema local y recurrir a los servicios prestados por la banca internacional. En cambio, las personas naturales y las empresas de menor tamaño sólo tienen acceso al sistema local. La experiencia comparada muestra que la globalización no ha alcanzado al negocio financiero detallista.
Cuarto, el actual sistema financiero, incluidos los seguros, no es el producto de ideas libremercadistas extremas. Esas ideas tuvieron su oportunidad y fracasaron cuando el sistema financiero se derrumbó en 1983. Se podría argumentar que ese sí era un sistema al servicio de los grupos económicos. Pero el que existe hoy es muy distinto, porque responde a una visión pragmática, que recoge las enseñanzas de la economía moderna, las recomendaciones internacionales, nuestra propia experiencia pasada y, por qué no decirlo, el sentido común nacional.
Construir un sistema financiero al servicio de la economía real y con altos grados de inclusión ha sido una tarea ardua y ha tomado tiempo. Es bueno recordar que, cuando estuvimos en el suelo golpeados por la crisis de 1983, optamos por pagar hasta el último dólar adeudado. Fuimos tentados a recorrer caminos más fáciles, pero nos negamos, pensando en los efectos de largo plazo. Fue una decisión acertada que rendió frutos.
El episodio de las rentas vitalicias levanta una pregunta que aún no encuentra una buena respuesta: ¿por qué no lo hicimos de otra forma?