Cuento chino
Sergio Lehmann Economista jefe Banco Bci
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Sergio Lehmann
Todas las fichas apostaban a un rápido repunte de la economía china tras levantar las restricciones sanitarias que prevalecían a comienzos de año debido a la pandemia. Pero la apuesta no ha pagado. La actividad no logra tomar mayor impulso, marcada por la debilidad del consumo, retrocesos en el comercio exterior y una producción manufacturera que da cuenta de un pobre crecimiento. Como consecuencia, en las antípodas de lo que observamos en el resto del mundo, la inflación en China simplemente no existe.
Las alarmas se han levantado, dando cuenta de factores más estructurales detrás del magro desempeño chino, que reconocen una capacidad de acción limitada de parte de sus autoridades para lograr un repunte contundente. Las medidas tomadas para revertir el escenario han sido más bien tímidas, con recortes acotados en las múltiples tasas de referencia que maneja la autoridad monetaria, así como algún apoyo menor a las familias para el servicio de su deuda hipotecaria.
“Beijing ha adoptado medidas que le han restado impulso a la economía. Hacia el largo plazo China deberá moverse hacia trayectorias de desarrollo sostenibles, a tasas de expansión más cercanas a 3,5%, con un rol del consumo y servicios más relevante”.
Entre los factores estructurales, se advierte que el ahorro de los hogares, principal fuente de recursos para aspirar a mejores pensiones, se redujo marcadamente durante la pandemia. Por consiguiente, hoy las familias tienen menos espacio para elevar el gasto, entendiendo que deben destinar una mayor fracción de sus ingresos a ahorro. Asimismo, el sector inmobiliario hace rato da cuenta de desequilibrios que están siendo contenidos de forma parcial. Hoy es patente su debilidad ante las dificultades que reconocen las familias para financiar las viviendas, que en sí mismas son también una forma de ahorro relevante. En esa línea, hace pocas semanas se advirtió que la inmobiliaria Country Garden, una de las más importantes del país, lucha desesperadamente para evitar el default.
Por último, cabe destacar que el gobierno chino ha focalizado su accionar en el ámbito más político, buscando sostener el control económico y social del país. En esa dirección se han adoptado medidas que le han restado impulso a la economía. Se ha limitado la inversión extranjera y restringido los espacios de participación privada. Esto le ha quitado caballos de fuerza a un motor clave para empujar la economía.
Más allá de una coyuntura más compleja de lo que se preveía, hacia el largo plazo China deberá moverse hacia trayectorias de desarrollo sostenibles. Ello implica tasas de expansión más cercanas a 3,5%, con un rol del consumo y servicios más relevante. Pero en ese tránsito se mantendrán los riesgos de desequilibrios, con una mirada atenta a los sectores inmobiliario y bancario, considerando los problemas que vienen arrastrando desde hace algunos años, y que podrían llevar a ajustes abruptos.
Por cierto, la relación siempre compleja entre China y EEUU continuará capturando la atención de los mercados y analistas. La pugna en materia económica, tecnológica y geopolítica entre estos dos gigantes se sostendrá en los próximos años, con períodos que darán cuenta de vaivenes. Cada cual reconoce en el otro una contraparte necesaria para su propio desarrollo, pero eso no quita que la relación tensa entre ellos podría llevar a desvíos en el camino que limiten avances para la economía mundial.
En ese juego, Chile debe mover sus fichas hábilmente, con un buen diseño táctico, entendiendo que se trata de dos socios estratégicos. La diplomacia es un arte -como nos enseñó Maquiavelo- que no deja lugar a improvisaciones o jugadas de corto alcance.