En los últimos meses, a raíz de las propuestas del FMI y de la Comisión Europea se ha intensificado de nuevo el debate sobre la flexibilidad salarial. Al principio de la crisis, la discusión se centró en la moderación salarial necesaria para evitar la destrucción de empleo que finalmente se produjo. Ahora, en la que se requiere para reducir la tasa de desempleo hasta situarla, como mínimo, en la media europea.
Vaya por delante que la tasa de desempleo en España constituye una auténtica anomalía en Europa, resultado de múltiples ineficiencias en el funcionamiento de nuestra economía. Por lo tanto, no podemos esperar que la mayor flexibilidad salarial por sí sola pueda resolver un problema estructural de tanto calado. Pero tampoco debemos minimizar sus efectos. De acuerdo con las estimaciones de BBVA Research si en lugar de aumentar la remuneración real de los asalariados, como ocurrió en 2008 y 2009, hubiera tenido lugar una moderación salarial como la observada en 2012, consecuencia de la reforma laboral y del Acuerdo Marco entre organizaciones empresariales y sindicales, se hubiera evitado la destrucción de un millón de puestos de trabajo. A pesar de este resultado y de que el desempleo es el reto principal y más urgente de la economía española (cuya disminución ayudaría a resolver los problemas de consolidación fiscal, restructuración bancaria o sostenibilidad de las pensiones públicas), las propuestas de mayor flexibilidad salarial siguen siendo lamentablemente muy controvertidas.
La flexibilidad salarial no implica que todos los salarios tengan que disminuir, sino solo cuando así lo exijan las características del puesto de trabajo, la cualificación del trabajador desempleado o la situación económica de la empresa. Es muy probable que el coste a corto plazo de la mayor flexibilidad necesaria para crear empleo sea una disminución del salario medio agregado, debido fundamentalmente a un efecto composición. Y es también probable que aumente la desigualdad salarial, a pesar de que pueda reducir la desigualdad de rentas entre hogares con la creación de empleo. Para mitigar este aumento de la desigualdad, hay que evitar la situación actual en la que una elevada tasa de temporalidad da lugar a una rotación excesiva de trabajadores, que se ven sujetos a una enorme incertidumbre laboral y que no tienen posibilidad de desarrollar una carrera profesional ascendente. Y para reducir esta temporalidad hay que simplificar y reducir el número de contratos y, sobre todo, hacer mucho más atractivos para las empresas los contratos indefinidos.
A cambio de mayor estabilidad laboral y formación continua, para evitar la rigidez que los salarios fijados en convenios puede llegar a suponer en algunos casos (por una combinación desfavorable de la situación económica de la empresa y de la cualificación del trabajador desempleado), la flexibilidad salarial requiere buscar fórmulas que permitan sacar el máximo partido a alternativas como la doble-escala salarial y extender su uso entre las pequeñas y medianas empresas, ligándola a la ampliación de plantillas.
En definitiva, es necesario aumentar la flexibilidad laboral a cambio de una menor precariedad del empleo y, gracias a ello, de expectativas de mayores salarios futuros.