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Cambia el equipo, ¿cambia la dirección?

Rafael Ariztía, Socio MFO Advisors

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Esta semana partió con un ambiente de segundo tiempo. El cambio de gabinete descomprimió una situación insostenible para el gobierno y ha abierto un espacio de esperanza en que la razonabilidad y los argumentos pueden volver al debate nacional. Pero si bien existe un consenso de que el cambio en el equipo sólo tendrá valor y sentido para el país en tanto cambie el rumbo y la estrategia del gobierno y no sólo las caras, soterradamente todos se preguntan si la Presidenta y sus asesores habrán aprendido la lección de las causas que nos han llevado a donde estamos.

Porque el último año ha sido malo para Chile. Pocos se imaginaron que un gobierno podía enredar tanto las cosas en tan poco tiempo, y esto no es una opinión sólo personal, es lo que piensa la mayoría del país, según lo señala la última encuesta CEP. En ella se consigna que sólo un 16% de los chilenos cree que el país está progresando (contra un 47% en octubre de 2013) y que el 83% de la población considera que Chile está estancado o en decadencia. Nunca en 15 años habíamos tenido cifras tan pesimistas.

¿Entonces qué lecciones debiera haber sacado la Presidenta y el gobierno para mejorar su desempeño en este segundo tiempo?

Lo primero tiene que ver con el cuidado de las formas y el apego a la verdad. En esto le cae una responsabilidad principal a la Presidenta. Parte importante del descrédito generalizado que sufre la política hoy, pasa por el desplome de su propia credibilidad. La Presidenta ha tolerado la mentira en su círculo más cercano, en su familia y en su gabinete. La ya célebre frase "me enteré por la prensa" cristaliza todo lo que la ciudadanía no acepta: ser tratada como idiota.

Por ello, la Presidenta no puede volver a caer en mentiras ni tolerarlas en su entorno cercano. La verdad puede implicar costos de corto plazo, pero siempre son menores a los que implican esconderse tras una mentira. Si queremos recomponer las confianzas, el gobierno y la Presidenta tienen que empezar a hablar con la verdad, aunque duela.

Lamentablemente, el nuevo diseño de gabinete deja un sabor amargo en este sentido. Bachelet optó por mantener en su cargo a Alberto Undurraga, perdiendo la oportunidad de poner un cortafuego entre el tema del financiamiento a la política y su gabinete, y ascendió al ex subsecretario Barraza, militante comunista vinculado al escándalo de la Universidad Arcis. Si el objetivo era alejar los cuestionamientos de su gabinete, no lo logró.

La segunda lección que la Presidenta y el Gobierno debieran sacar es que Chile no está para aventuras refundacionales. Lo dicen las mismas encuestas. Todos quieren un país mas próspero y más justo, pero las reformas del gobierno que supuestamente apuntan en esa dirección, no tienen apoyo. ¿Por qué? Porque el país se da cuenta que las reformas han sido improvisadas, altamente ideológicas y carentes de diálogo. En un país en que según la CEP menos del 35% de la población se identifica con un sector político, y que sólo un 14% se identifica con la izquierda, es simplemente una irresponsabilidad tirar el carro en exceso hacia ese lado.

Además, Chile valora el consenso y este gobierno ha cometido el grave error de estigmatizar el avance consensuado como algo contrapuesto al desarrollo. En este sentido, el nombramiento de dos personas moderadas en Interior y Hacienda pareciera apuntar en la dirección correcta y da luces de esperanza. Lo que está por verse es si los ministros Burgos y Valdés serán capaces de reorientar el buque o se transformarán en nuevos instrumentos de un programa que ha puesto el país de cabeza.

En buena medida, el desempeño del gobierno, en este segundo tiempo será un reflejo de si la Presidenta es capaz de comprender y superar estos aspectos. Si por un lado, acepta que a pesar de haber tenido una votación histórica hace un año, su mandato nunca fue refundar el país, entonces el gobierno quizás pueda orientarse a lo que es su función primordial: generar las condiciones necesarias para que el mundo privado se desarrolle, generando trabajo, oportunidades y en última instancia, riqueza. Si por otro lado, la Presidenta mantiene su objetivo de "avanzar sin transar" con su programa, el cambio de caras no será más que una anécdota, y la consecuencia será que el 83% de la población tendrá lamentablemente la razón. Para bien o para mal, ella tiene la palabra.

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