Omnipotente
Por Padre Raúl Hasbún
Por: | Publicado: Viernes 16 de marzo de 2012 a las 05:00 hrs.
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Se nos pide vivir la Cuaresma intensificando la oración. ¿Sabemos cómo orar?
Tiene que ser sencillo, porque orar es elevar el alma a Dios, y Dios es simple, carece de complicación. No hay que pedirle audiencia ni hacer larga fila con incierto tiempo de espera: el Maestro te llama, el Padre corre a tu encuentro, el Rey y Señor está a tus pies, el Amado en tu corazón.
Se ora con palabras y con silencios, con miradas y con gemidos, con gritos y con lágrimas: con la espontaneidad del corazón.
Se ora para pedir, como un niño a su padre: con la gozosa confianza de que la petición de pan y de huevo no será respondida con piedras, serpientes o escorpiones. Se pide con perseverancia, como la viuda insistente que se planta todos los días a la entrada del tribunal para exigirle, al juez corrupto, que le haga justicia; como el vecino inoportuno que a medianoche golpea y golpea tu puerta para pedirte tres panes prestados. En el combate orante hay que vencer a Dios “por cansancio”, como lo hiciera Jacob en Penuel. Se pide con humildad, sin la altanera arrogancia del fariseo que sólo habla con Dios para ufanarse de sus logros y atribuirse todo el mérito.
Se ora para agradecer. El orante da gracias después de recibir lo que pidió, y si aprendió a orar en la escuela de Jesús agradece antes de pedir.
Se ora para alabar, felicitar a Dios porque es Bello, Justo, Misericordioso y Fiel: esta oración es pura gratuidad y derriba todos los muros hostiles.
Se ora por uno mismo, por necesidad; y eso está bien. Se ora por los demás, por caridad, y eso está mejor. Se ora por los amigos, respetando el orden de la caridad. Se ora por los enemigos, porque esa es la prueba suprema de la caridad, como nos enseñaron Jesús y Esteban.
Se ora sin interrupción, porque la oración es la respiración del alma, y el que deja de respirar muere asfixiado.
Se ora en todo lugar, porque la oración es obra del Espíritu y el Espíritu no ocupa lugar. Se ora en el Templo, casa de oración, cenáculo pentecostal. Se ora en la habitación, donde sólo Dios te escucha porque habita en tu corazón.
Se ora durante el combate, como Moisés en el monte: mientras sus brazos permanecían extendidos en orante cruz, su pueblo vencía.
Se ora en la derrota y en la depresión, como Jesús en el Huerto, para levantarse con la superior energía del “Abba, Padre, hágase tu voluntad”.
Se ora como Jesús oró: “Padre nuestro que estás en el cielo”.
Se ora como María en las bodas de Caná.
La oración es lo único que nos da poder sobre Dios.
Se ora con palabras y con silencios, con miradas y con gemidos, con gritos y con lágrimas: con la espontaneidad del corazón.
Se ora para pedir, como un niño a su padre: con la gozosa confianza de que la petición de pan y de huevo no será respondida con piedras, serpientes o escorpiones. Se pide con perseverancia, como la viuda insistente que se planta todos los días a la entrada del tribunal para exigirle, al juez corrupto, que le haga justicia; como el vecino inoportuno que a medianoche golpea y golpea tu puerta para pedirte tres panes prestados. En el combate orante hay que vencer a Dios “por cansancio”, como lo hiciera Jacob en Penuel. Se pide con humildad, sin la altanera arrogancia del fariseo que sólo habla con Dios para ufanarse de sus logros y atribuirse todo el mérito.
Se ora para agradecer. El orante da gracias después de recibir lo que pidió, y si aprendió a orar en la escuela de Jesús agradece antes de pedir.
Se ora para alabar, felicitar a Dios porque es Bello, Justo, Misericordioso y Fiel: esta oración es pura gratuidad y derriba todos los muros hostiles.
Se ora por uno mismo, por necesidad; y eso está bien. Se ora por los demás, por caridad, y eso está mejor. Se ora por los amigos, respetando el orden de la caridad. Se ora por los enemigos, porque esa es la prueba suprema de la caridad, como nos enseñaron Jesús y Esteban.
Se ora sin interrupción, porque la oración es la respiración del alma, y el que deja de respirar muere asfixiado.
Se ora en todo lugar, porque la oración es obra del Espíritu y el Espíritu no ocupa lugar. Se ora en el Templo, casa de oración, cenáculo pentecostal. Se ora en la habitación, donde sólo Dios te escucha porque habita en tu corazón.
Se ora durante el combate, como Moisés en el monte: mientras sus brazos permanecían extendidos en orante cruz, su pueblo vencía.
Se ora en la derrota y en la depresión, como Jesús en el Huerto, para levantarse con la superior energía del “Abba, Padre, hágase tu voluntad”.
Se ora como Jesús oró: “Padre nuestro que estás en el cielo”.
Se ora como María en las bodas de Caná.
La oración es lo único que nos da poder sobre Dios.