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¿Qué es la resiliencia?

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La “resiliencia”, como el amor, es difícil de definir. Sin embargo, todos -desde el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, hasta los organismos gubernamentales, los directorios de las empresas y los grupos comunitarios- hablan de cómo construirla o mantenerla. ¿La resiliencia es así un concepto útil o sólo una palabra de moda fugaz?


Para responder este interrogante, necesitamos empezar por otro: ¿cuánto creemos que podemos cambiar sin convertirnos en una persona diferente? ¿Cuánto puede cambiar un ecosistema, una ciudad o una empresa antes de parecer y funcionar como un tipo diferente de ecosistema, ciudad o empresa? 
Todos estos son sistemas que se auto-organizan. Nuestro organismo, por ejemplo, mantiene una temperatura constante de aproximadamente 37 grados Celsius. Si la temperatura del cuerpo sube, empezamos a sudar para poder bajarla; si la temperatura baja, los músculos vibran (tiemblan) para calentarlo. Nuestro organismo depende de informaciones negativas para seguir funcionando de la misma manera.

Esta es, esencialmente, la definición de resiliencia: la capacidad de un sistema para absorber la alteración, reorganizarse y seguir funcionando prácticamente como antes.

Sin embargo, existen límites, o umbrales, para la resiliencia de un sistema, más allá de los cuales éste adopta una manera diferente de funcionamiento -una identidad diferente-. Muchos arrecifes de corales que alguna vez albergaban una diversidad rica de peces, por ejemplo, se han vuelto ecosistemas de algas o turba con muy pocos peces.

Los umbrales también existen en los sistemas sociales: pensemos en las modas pasajeras o, más seriamente, en el comportamiento vandálico de las multitudes. En los negocios, la relación deuda-ingreso es un umbral bien conocido, que puede modificarse al compás de los tipos de cambio. También se han identificado los efectos de los umbrales en la oferta de mano de obra, los servicios de transporte y otros determinantes del bienestar de las compañías.

No debería confundirse resiliencia con resistencia al cambio. Por el contrario, intentar impedir el cambio y la alteración de un sistema reduce su resiliencia. Un bosque que nunca se incendia termina perdiendo especies capaces de tolerar el fuego. Los niños a los que se les prohíbe jugar en el barro crecen con sistemas inmunes comprometidos. Para generar y mantener resiliencia es necesario indagar sus límites.

Si ya se produjo un cambio a un “mal” estado, o este cambio es inevitable e irreversible, la única opción es una transformación en un tipo diferente de sistema -una nueva manera de vivir (y de ganarse la vida). La transformabilidad y la resiliencia no son opuestos. Para que un sistema se mantenga resiliente en una escala, partes de él en otras escalas tal vez tengan que transformarse.

En Australia, por ejemplo, la cuenca de Murray-Darling no puede continuar siendo una región agrícola resiliente si todas sus partes siguen haciendo lo que están haciendo hoy. Sencillamente no hay suficiente agua. De modo que algunas de sus partes tendrán que transformarse.

Por supuesto, la necesidad de transformación para crear o mantener resiliencia también puede afectar la escala superior: si algunos países y regiones han de mantenerse (o volverse) sistemas socio-ecológicos resilientes con un alto bienestar humano, tal vez sea necesario transformar el sistema financiero global.

La transformación requiere superar la negación, crear opciones para el cambio y respaldar la innovación y la experimentación. El apoyo financiero de los niveles superiores (gobierno) muchas veces adopta la forma de ayuda para no cambiar (los rescates de los bancos demasiado grandes para quebrar, por ejemplo), en lugar de ayuda para sí cambiar.

La resiliencia, en resumen, tiene que ver en gran medida con aprender cómo cambiar para no cambiar. La certeza es imposible. El punto es construir sistemas que sean seguros cuando fallan, no crear sistemas a prueba de fallas.



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