Greta y los optimistas
Ralf Boscheck Decano Escuela de Negocios UAI
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Ralf Boscheck
No importa que Greta Thunberg no haya ganado el Nobel de la Paz. Lo que importa es que ella evoca la culpa colectiva de no enfrentar una verdad desagradable. Los pesimistas predicen que la humanidad vacilará frente a los cambios que causa el cambio climático. Los optimistas confían en que el sistema social evolucionará y encontrará una respuesta tecnológica cuando sea necesaria. ¿Cómo ser optimistas sin ser ingenuos? Si ya es demasiado tarde para mitigar, debemos adaptarnos. Pero, ¿podrá un sistema social que no ha respondido hasta ahora manejar la urgencia de la situación, incluso legitimar soluciones técnicas no probadas?
Desde 2009, la actividad humana aumentó el carbono atmosférico en una media de 5.4 gts netos anuales, lo que se correlacionó con la subida de las temperaturas y los múltiples efectos de primer y segundo orden. En 1978, J. Mercer predijo en Nature la pérdida del escudo de hielo antártico occidental debido al uso de combustibles fósiles. En 2018, otro estudio de Nature mostró que entre 2012 y 2017, la Antártica había perdido tres veces más hielo por año que en los 20 años anteriores. Los aportes del mes pasado al Programa Mundial de Investigación Climática proyectaron un aumento de la temperatura global media de 7°C para 2100. Uno puede cuestionar los datos o esperar respuestas más baratas más adelante. Pero, dado el riesgo, el aplazamiento no es una opción: sería inmoral.
Hemos discutido los límites de crecimiento, la capacidad de carga de la naturaleza y los principios viables que podrían garantizar “nuestro futuro común”. En el proceso, surgió una nueva “economía política ecológica” que quería sustituir la responsabilidad comunitaria e intergeneracional por la mera dependencia a la voluntad individual y mercados incompletos. Pero tuvo poco impacto: el uso de combustibles fósiles, a menudo subsidiados, continúa creciendo.
El Acuerdo de París para descarbonizar la economía convirtió obligaciones vigentes en promesas voluntarias. Los mercados de certificaciones cubren menos del 15% de las emisiones totales. La mayoría de las 884 acciones legales iniciadas en 2017 para obligar a los gobiernos a cumplir sus compromisos climáticos aún están detenidas por trámites judiciales. La política climática está atrapada en un problema de acción colectiva: la incapacidad de cooperar. Para no continuar la misión suicida contra nuestro hábitat, ¡debemos cambiar nuestro modelo y emplear ajustes efectivos ahora! Pero, ¿podemos?
La geoingeniería, intervención a gran escala en procesos biosféricos, ya sea a través del manejo de la radiación solar o la eliminación de dióxido de carbono, se ha promocionado para complementar las iniciativas convencionales de adaptación al cambio climático. Para sus defensores, los reflectores espaciales, las capturas de aire o las inyecciones de azufre estratosférico presentan opciones menos costosas y políticamente más fáciles que presionar para evitar las emisiones y la cooperación internacional. Sin embargo, a sus oponentes les preocupa que la geoingeniería reduzca la necesidad de reducir las emisiones y que sus consecuencias inciertas y de largo alcance de todos modos requerirían un consenso poco probable de la población mundial.
La negación e inacción del pasado nos han obligado a entrar en territorio no probado. Evitar las emisiones es vital. No considerar la geoingeniería sería imprudente. Pero, ¿qué nos hace creer que un sistema social que no ha respondido lo hará ahora? Como Greta decía: no tenemos elección.