FT Español

El papel global de EEUU está en juego en esta elección

Una victoria de Trump lo destrozaría, pero su derrota puede que sólo aplace esa trágica retirada.

Por: Martin Wolf | Publicado: Lunes 2 de noviembre de 2020 a las 04:00 hrs.
  • T+
  • T-
Foto: Reuters
Foto: Reuters

Compartir

Imagen foto_00000003

Esta elección estadounidense es la más importante desde 1932, cuando Franklin Delano Roosevelt (FDR) se convirtió en presidente durante lo peor de la Depresión. Con mucho ensayo y error, FDR salvó la democracia, en su país y en el extranjero. La reelección de Donald Trump desharía una gran parte, si no todo, de ese legado. Sin embargo, su derrota no acabaría con el peligro. Si eso pasa, la política estadounidense debe transformarse.

Esta elección es tan importante porque Estados Unidos desempeña un papel único en el mundo. Ha sido, durante mucho tiempo, el modelo supremo de una democracia liberal que sí funciona; el líder de los países que comparten estos valores; y una figura esencial en la resolución de cualquier gran reto global. La reelección de Trump significaría un rechazo de los tres roles por parte del pueblo estadounidense. Ningún otro país o grupo de países puede ocupar su lugar. El mundo se vería transformado y no, en lo absoluto, para mejor.

Durante una transmisión de radio el 29 de diciembre de 1940, FDR se refirió a su país como “el arsenal de la democracia”. Esto fue acertado en cuanto a sus implicancias para el suministro de equipamiento bélico durante la Segunda Guerra Mundial. Los recursos estadounidenses eran vitales para asegurar la victoria. Pero EEUU ofrecía mucho más que poderío; demostró que era posible que una gran potencia también fuera una democracia regida por leyes. EEUU era la república más poderosa desde Roma y proporcionaba un modelo de lo que podía ser una potencia como ésa. Su ejemplo de libertad individual y de espíritu democrático moldeó las aspiraciones de miles de millones de personas.

Promotor de la libertad

Como resultado de su victoria en la guerra, EEUU también se convirtió en el líder de las democracias del mundo, incluyendo a sus antiguos adversarios: Alemania y Japón. Un momento crucial, bajo el anterior vicepresidente de FDR, Harry Truman, fue el Plan Marshall de 1948, destinado a restaurar una Europa postrada tanto física como moralmente. EEUU podía hacer esto porque era muy rico. Pero su poder habría sido insuficiente a largo plazo. Sus aliados también confiaban en él, no siempre ni de todas las formas, pero lo suficiente. Confiaban en él porque apreciaban sus valores fundamentales y creían que su perdurable adhesión a los principios de la democracia liberal hacía que sus compromisos fueran creíbles.

Apenas unos días después de su compromiso de hacer el “arsenal” de la democracia estadounidense, FDR hizo una promesa aún más notable para la posteridad. En su discurso sobre el estado de la unión del 6 de enero de 1941, el comprometió a EEUU a promover cuatro libertades: la libertad de expresión, la libertad religiosa, la libertad de vivir sin penuria y la libertad de vivir sin miedo.

Estas no fueron vanas promesas. Durante el medio siglo siguiente, el mundo experimentó una enorme expansión de la democracia y una reducción de la pobreza. Ninguna de ellas hubiera sucedido sin las instituciones que EEUU había creado; sin el hábito de cooperación que había promovido; y sin la prosperidad que había difundido.

De más está decir que EEUU también cometió crímenes e insensateces, particularmente en las guerras de Vietnam y de Irak. Pero el gran proyecto estadounidense funcionó. En general, también funcionó a nivel nacional, sobre todo con el claro progreso de los derechos civiles.

Apetitos, no ideales

El EEUU de Trump rechaza todo esto. Él es un hombre con apetitos, no con ideales. Tal como nos ha dicho la periodista Masha Gessen en su libro “Sobrevivir a la autocracia”, el objetivo de Trump es hacer lo que él quiera, sin las restricciones impuestas por la ley, por el Congreso o por cualquier otra cosa. Él quiere ser un autócrata. Si gana de nuevo, es probable que, en gran medida, logre este objetivo, como lo ha advertido el comentarista político David Frum. Trump también lidera un gobierno corrupto, malévolo e incompetente; le es más fácil mentir que respirar; e incluso hace campaña en contra de la idea de que pudiera perder en unas elecciones libres y justas. De todas estas formas, él saquea todas las normas de una democracia decente, a diario.

En el extranjero, Trump admira a los autócratas; es indiferente a las promesas pasadas hechas por EEUU; rechaza el multilateralismo; y felizmente se retira de compromisos, como el Acuerdo de París, y de instituciones, como la Organización Mundial de la Salud (OMS). Su EEUU es la antítesis del país que gobernaron FDR, Harry Truman y sus sucesores.

El deseo de algo tan diferente no es sorprendente. La satisfacción con la democracia está disminuyendo a nivel mundial, principalmente entre los jóvenes. Los datos relacionados con las percepciones de corrupción y con la esperanza de vida en EEUU también muestran claros signos de fracaso relativo.

¿Modelo de democracia?

Así es que, si bien la ira que ha invadido la política estadounidense es comprensible, el método de Trump es exacerbarla. Para los donantes que financian al Partido Republicano, esto también es perfectamente aceptable, a cambio de impuestos más bajos y de menos regulación. Trump es el producto de su trato fáustico con la base del partido.

Si Trump conserva la presidencia, ya sea legítima o fraudulentamente, el mundo sacará sus conclusiones acerca del futuro papel de EEUU. Su credibilidad como modelo de democracia competente y exitosa se destrozaría; su credibilidad como líder de una alianza de democracias terminaría; y su voluntad de participar en iniciativas que aborden los retos globales compartidos, como el cambio climático o una pandemia, sería inexistente.

El mundo, de hecho, ha cambiado. Pero el liderazgo constructivo y competente de un EEUU democrático es más necesario que nunca, dado el creciente poder de una China cada vez más autocrática; del éxito de los autócratas carismáticos en otros países; y de los grandes retos globales de nuestra época. Trump no está capacitado para liderar a un EEUU como ése.

Sin embargo, su derrota no pondría fin a la amenaza de la retirada estadounidense. Su partido nuevamente haría todo lo posible por frustrar una administración demócrata. La estrategia del “plutopopulismo” -el matrimonio de la riqueza solipsista con la furia de la clase media de raza blanca- persistiría, con la ayuda de la Corte Suprema. Pase lo que pase en las elecciones, el papel de EEUU en el mundo seguirá en duda.

Lo más leído