A 100 años de la revolución, Rusia es una economía capitalista pero con férreo control político
El país, que quedó marcado por la crisis que se originó con el quiebre la Unión Soviética en los ‘90, apoya la estabilidad que promueve Putin a pesar de sus consecuencias para las libertades civiles.
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El mausoleo de Vladimir Lenin en la Plaza Roja siempre está primero en la agenda de los extranjeros que visitan Rusia. En estos días, será la principal atracción para los que llegan a las celebraciones dedicadas al aniversario de la revolución rusa.
Hace exactamente 100 años, el 25 de octubre de 1917, los partidarios de la república encabezados por Vladimir Lenin se tomaron el Palacio de Invierno para luego formar el primer gobierno soviético bolchevique y embarcar al país más grande del mundo a un experimento socialista que duró más de 70 años.
La economía soviética, basada en el entusiasmo del pueblo por llegar hacia el futuro brillante del comunismo, se asentó en un sistema de comando administrativo y “piatiletki”, planes quinquenales cada uno de los cuales tenía que superar al anterior.
Si los dioses políticos del país -donde la iglesia se prohibió- eran Lenin y el Partido Comunista, el dios económico era Gosplan, la agencia estatal de planificación que se encargaba de las metas de producción para las regiones e industrias del país. Sin discusiones y sin el derecho a no cumplirlos.
Así, el gobierno soviético pretendía superar a su archienemigo, Estados Unidos, en una carrera que marcó los setenta años del mundo bipolar. Y a pesar de que logró impulsar la producción industrial –que llegó a representar un 20% de la producción mundial- en la economía de consumo no tuvo la misma suerte.
Los planes de producción inadecuados para las necesidades reales y el enfoque “en grande” llevaron a una constante falta de alimentos en los almacenes, la introducción periódica de tarjetas de racionamiento para obtener productos básicos y la falta de vestimenta esencial.
La mano de hierro totalitaria –que controlaba no sólo la esfera económica y política, sino también la cultural y social- fue complementada con la cortina de hierro, que no dejaba a los ciudadanos soviéticos salir del país y ver los “males” del capitalismo inhumano, como algunos electrodomésticos y alimentos que no existían en sus fronteras.
Término del ciclo
Con altos y bajos, las represiones de estalinismo, el “ottepel” (deshielo) de Nikita Jrushchov y el estancamiento económico de Leonid Brezhnev, el gigante soviético logró sobrevivir y hasta florecer durante esos 70 años.
No se sabe con certeza qué llevó a Mijaíl Gorbachev, el último presidente de la Unión Soviética, a declarar el “glasnost” (transparencia política) y la “perestroika” (restructuración económica) a fines de los ‘80. Lo más probable es que haya sido una combinación entre el derrumbe de los precios de petróleo -que amenazaban con clavar el último clavo en el ataúd de la economía soviética-, la rebelión de varios países del bloque socialista europeo y los ánimos independentistas dentro de la URSS.
Fuese como fuera, la apertura del país no logró parar la descomposición de facto del gigante soviético: en 1991, la Unión Soviética dejó de existir, terminando también el experimento socialista más largo del mundo.
100 años después
Ahora, 100 años después de la revolución bolchevique y más de un cuarto de siglo desde el regreso de la democracia, Rusia es un país capitalista incorporado en los mercados mundiales, y el Partido Comunista parece estar más muerto que vivo, aunque firmemente instalado en el parlamento. Aún así, la Rusia moderna sufre los mismos problemas que la imperial: no ha logrado entrar en el club de los países desarrollados y su economía sigue siendo dependiente del petróleo, que según el banco de inversión Renaissance Capital representa dos tercios de las exportaciones tanto ahora como antes de 1917. “Sin 1917, Rusia sería considerablemente más próspera hoy”, dijo en una nota Charlie Robertson, economista del banco.
Pero la historia no acepta subjuntivos. Ahora, el país está recuperándose de la última crisis que sufrió en 2015, cuando el derrumbe de los precios de petróleo y las sanciones por la anexión de Crimea llevaron a su economía a contraerse 3,7% y a la inflación a superar el 15%.
Estas cifras, en todo caso, parecen un pálido fantasma en comparación con la inflación por encima de 2.500% de fines de 1992, en plena época de reformas liberales que buscaban poner a la economía socialista en los rieles del mercado, y el default que sufrió el país en 1998, causado por la caída de los precios de petróleo y empeorado por la crisis asiática de 1997.
Los acontecimientos de esta época dejaron una herida tan profunda en la memoria de los rusos, que desde hace 18 años apoyan el lema de estabilidad del actual gobierno de Vladimir Putin, quien considera que la caída de la URSS fue el mayor catástrofe geopolítico del siglo XX.
El mandatario –cuyo apoyo supera el 80%- logró crear una visión de estabilidad gracias a los altos precios del petróleo, que acompañaron a su gobierno buena parte de la década del 2000 y después de la crisis de 2008.
Pero también ha sido gracias a la ausencia de grandes medios independientes y a la persecución de líderes opositores que parece no importar a su base electoral.