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Noam Titelman, intelectual del Frente Amplio: “En el espacio de la reflexión política ha sido más prodigiosa la nueva generación de derecha”

El economista de Revolución Democrática, uno de los fundadores del Frente Amplio, acaba de llegar a Chile tras cinco años en Inglaterra: “La izquierda en el último par de décadas ha hablado muy poco de economía”, dice.

Por: Rocio Montes | Publicado: Viernes 7 de octubre de 2022 a las 04:00 hrs.
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Sufragó el 4 de septiembre desde Inglaterra, donde estuvo cinco años estudiando. Luego hizo maletas y regresó a Santiago, donde, tras la derrota del Apruebo, se ha transformado en una de las voces más reflexivas del Frente Amplio, que fundó junto a una generación que hoy está en la primera línea política desde La Moneda. Militante de Revolución Democrática, Noam Titelman (35 años) es economista de la UC y –algo que se sabe poco– licenciado en letras hispánicas. Magíster en métodos de la investigación social de la London School of Economics y candidato a doctor por la misma universidad (solo le falta defender su tesis), hace mucho que decidió que lo suyo era la academia y no disputar el poder en la primera línea política. Presidente de la FEUC tras Giorgio Jackson, explica que, si los dirigentes se clasificaran entre polillas y cucarachas, por cuánto le atraen las luces y la exposición, él sin duda estaría entre las cucarachas: “Me siento más cómodo pensando, analizando y discutiendo. No tengo por suerte demasiadas ambiciones de poder”, dice Titelman. “Hago un análisis crítico, pero comprometido. Aunque tengo conciencia de que mis posiciones probablemente sean minoritarias en Revolución Democrática, aún más minoritarias dentro del Frente Amplio y todavía más dentro de Apruebo Dignidad, me siento tranquilo en este papel”, agrega el economista que habla sobre la importancia de generar conciencia crítica: “Es la única forma en que las victorias electorales no se transformen rápidamente en derrotas culturales”.

“Lo que ha costado más es ordenar a la coalición de Gobierno: por ejemplo, en la discusión del TPP11 que, a mi juicio, debería aprobarse”.

–  ¿Lo de la derrota cultural vale para la nueva izquierda chilena?

–  Es uno de los peligros que están latentes por lo que ha ocurrido en los últimos meses.

–  La semana pasada usted presentó la nueva revista del IES dedicada justamente a reflexionar sobre la nueva izquierda chilena y dijo que el debate político-intelectual estaba floreciendo mejor en la derecha. ¿Podría explicarlo?

–Respeto a la discusión generacional, hay una diferencia bien marcada en esta generación en la izquierda y en la derecha respecto a qué tan exitosos han sido políticamente, por un lado, y cuánto han tenido de capacidad de generar debate intelectual, por otro. Y en esta nueva generación hay muchos éxitos para la izquierda en términos políticos –hay muchos políticos exitosos que han llegado hasta La Moneda y entrado al espacio de la disputa política de manera muy exitosa–, en cambio en el espacio de la reflexión política ha sido más prodigiosa la nueva generación de derecha, con nuevos intelectuales que han emergido en todo el espectro de este sector: en la derecha liberal, conservadora y en la derecha social. Este déficit se ha acentuado ahora que muchos de los cuadros intelectuales de la nueva izquierda han ingresado al gobierno y hay poco espacio para la reflexión colectiva.

–¿Qué espacios imagina?

–Centros de estudios o revistas de análisis. La cultura concertacionista fue muy prodigiosa en generar esos espacios junto con los espacios de disputa política. Porque, ¿cuál sería el CIEPLAN de esta nueva generación? No ha emergido un espacio similar.

–¿Cómo se explica lo que comenta? Porque esta generación de la nueva izquierda ha tenido líderes como Fernando Atria o Carlos Ruiz.

–Pablo Ortúzar en el ensayo que escribe para la revista “Punto y coma” del IES plantea que esta nueva generación ha descansado en líderes intelectuales de la generación previa, como Atria o Ruiz, y le encuentro razón. Esto genera un vacío notorio ahora que se ha entrado a gobernar y cuando, tras un batacazo y derrota contundente del 4 de septiembre, no se ha realizado un diagnóstico conjunto. Me impresiona que todavía no haya salido una declaración desde el Frente Amplio y de la coalición más amplia de gobierno de por qué hubo el resultado que hubo. Lo que se ha visto, más bien, son análisis y autocríticas a nivel individual.

–Su reflexión, Noam, parece medio solitaria en este contexto marcado por una falta de análisis y autocríticas desde el oficialismo tras el plebiscito. ¿Su mundo está perplejo?

–Este tipo de reflexiones es muy difícil hacerlas desde dentro del gobierno y generalmente vienen desde fuera. Hay un artículo muy interesante de Rodrigo Del Río, titulado “Los intelectuales de izquierda y el problema del triunfo”, que insiste en lo difícil que es encontrar espacios de análisis críticos y la tendencia que hay a someter ese análisis a las disputas contingentes, sobre todo cuando se está en el poder. Para la izquierda, pensar desde el triunfo es mucho más difícil que desde la derrota. Este debate público, además, se tiene que hacer en algún espacio. No se hace solo por la buena voluntad de un grupo de personas que quiera hacer un análisis crítico y ese espacio ha faltado generarlo: como CIEPLAN, donde confluyan distintas miradas y visiones que hoy forman parte de la coalición de gobierno.

–¿Qué se le ocurre?

–He tenido conversaciones con algunos amigos acerca de la idea de fundar una revista de discusión, por ejemplo. Hace unos años conocí una revista que se llamaba “Trama”, que fue un esfuerzo bien temprano de generar diálogo de discusiones y sería interesante revivir una instancia similar.

–Hemos hablado sobre la ausencia de análisis críticos colectivos tras la derrota. ¿Cuál es el suyo? ¿Por qué pasó lo que pasó?

–Hay al menos dos o tres asuntos. Primero, la complejidad del sujeto popular que ha intentado representar la nueva izquierda y la dificultad de pensarlo como una sumatoria de demandas y reivindicaciones particulares. La sumatoria de demandas no es lo mismo que un proyecto país y se observó en el proceso constituyente. Hay una tensión entre intentar representar desde La Moneda a una totalidad –a todos los chilenos y chilenas– y el papel que tiene el activismo que, muy legítimamente, representa una demanda en concreto. Un ejemplo icónico fue lo que ocurrió en Petorca. El segundo punto tiene relación con las temáticas que, hasta ahora, esta nueva izquierda tenía en un segundo plano y que para la mayoría de la ciudadanía está en un primer lugar.

–¿Cómo cuáles?

­–Seguridad y orden público. Y cada vez con mayor importancia, a este gobierno le tocará tener en su agenda un tema que no había estado en la raíz de la nueva izquierda: el combate contra el crimen organizado. Es un tema que más recientemente ha llegado a la centralidad de la discusión política. Tanto la discusión de la política de control de la inmigración e incluso la de la Araucanía tiene una dimensión que tiene que ver con el combate contra el crimen organizado. Y el tercer punto tiene relación con un vacío que sufre la izquierda en el mundo y que en Chile se ha notado mucho: que la izquierda en el último par de décadas ha hablado muy poco de economía.

–Es curioso lo que dice. No parece evidente…

–Es curioso porque, si bien han aparecido con mucha fuerza otros relatos que hablan de la idea de un nuevo modelo de desarrollo, que han puesto en la palestra la discusión sobre el rol del Estado en la innovación y el desarrollo de áreas estratégicas, falta la discusión más concreta de cómo se traduce eso en la realidad y en un programa de gobierno. Es algo que la Concertación siempre tuvo muy presente a través del trabajo acumulado CIEPLAN y otros centros de estudio: más allá del diseño económico al que aspira a llegar, cómo se traduce eso en un programa de gobierno concreto. Eso incluye temas como la estabilidad macroeconómica, reglas fiscales, control de la inflación, inserción económica.

–¿Cómo ve el manejo de la economía por parte del Gobierno?

–Hay dos desafíos, de corto y de largo plazo, y la gran dificultad es que hay que ser capaces de mascar chicle y caminar al mismo tiempo. En el corto plazo, tenemos un escenario internacional muy complejo que va a requerir de esfuerzos extraordinarios para mostrar por qué Chile sigue siendo muy atractivo para las inversiones. A algunos les podrá gustar más o menos, pero es la realidad: una economía de tamaño mediano como la chilena necesita de inversión extranjera y eso sobre todo implica dar certidumbre. No significa en ningún caso ni regalar recursos naturales ni abandonar la soberanía sobre nuestro proyecto económico, sino que dar reglas claras. Y ahí es muy importante sacar adelante el proceso constituyente lo antes posible. No es coincidencia que eso haya sido uno de los asuntos que más se le preguntaron al ministro Mario Marcel en el extranjero, porque es importante dar certidumbre de que las reglas van a durar, sean cuales sean. Además, en el corto plazo, podría ser una señal importante sumarse al TPP11. La matemática del Senado demuestra que eso va a ser aprobado y no vale la pena seguir pateando esa discusión.

–¿Y en el largo plazo?

–Tenemos una productividad estancada en los últimos 10 o 15 años y es un desafío que no podemos dejar para el futuro, sino que tenemos que abordar en conjunto con esta idea de corto plazo, básicamente en dos ámbitos: en algunas reformas específicas en educación –fortalecimiento de la técnica, que ha sido un gran pendiente en el debate público­– y la modernización del Estado, que no ha tenido el suficiente protagonismo en la discusión.

–¿Cómo definiría el papel que cumple el ministro Marcel en el gobierno?

–Cumple un doble rol. Se ha hablado mucho de su papel de diálogo con el mundo empresarial y el mundo de los inversionistas, y creo que lo ha hecho muy bien en ese sentido, pero también ha demostrado una gran capacidad para hablar con el mundo de Apruebo Dignidad. Ha hecho una dupla interesante con la ministra Jeannette Jara y, además, con un diálogo con estas nuevas generaciones que han entrado en la política. Es decir, Marcel no solo ha cumplido un papel relevante fuera del gobierno, sino que ha ejercido como un puente dentro de la coalición de gobierno.

–¿Y cómo valora su estrategia frente a la crisis económica? Hizo cambios a la reforma tributaria, lanzó un presupuesto muy cercano al balance…

–En la agenda de corto plazo el ministro Marcel lo ha hecho muy bien y en la de largo plazo el desafío está en entender que no se trata de esfuerzos de una sola cartera.

–En lo político… ¿cómo descifrar al presidente Boric tras el resultado del plebiscito? ¿Está entendiendo que la gradualidad es importante para darle legitimidad a los cambios profundos, como dice Lagos?

–Tengo la convicción de que el presidente está muy consciente de las implicancias que tuvo el resultado del plebiscito y de que hay una necesaria reconfiguración de las prioridades frente a una ciudadanía que está demandando medidas en orden y seguridad pública y, además, frente a un contexto internacional que ha traído temas como el alza del costo de la vida y desaceleración económica. Lo tiene muy presente. Lo que ha costado más es ordenar a la coalición de gobierno: por ejemplo, en la discusión del TPP11 que, a mi juicio, debería aprobarse.

–¿Por qué habla de una coalición de gobierno? ¿No son dos?

–Hablo intencionadamente de una coalición de gobierno, más allá de que varios de quienes la integran no quieren hablar en esos términos. Pero hay una sola coalición de gobierno, integrada tanto por los partidos del socialismo democrático como por los de Apruebo Dignidad. Una vez que entraron a gobernar juntos son una coalición de gobierno. Pero ha habido negación a ponerle un nombre, cuando si había alguna duda que era una sola, se terminó de zanjar una vez que entraron Ana Lya Uriarte y Carolina Tohá al comité político. Más allá de las diferencias identitarias y disputas generacionales que han marcado los últimos 10 años en la política chilena, hoy hay una sola coalición de gobierno. Y se tienen que hacer esfuerzos de lado y lado para consolidarla, justamente porque estamos en un momento difícil, sobre todo tras el resultado del plebiscito. Se necesita ahora más que nunca anteponer una unidad de propósitos por sobre esas diferencias.

–¿Qué tan necesario cree que sea para el gobierno contar con una sola coalición?

–Ha sido la base de todos los debates de la izquierda y la centroizquierda chilena por lo menos en la última década. De hecho, el nombre Frente Amplio no es coincidencia: se funda mirando al Frente Amplio de Uruguay donde participan desde la DC hasta el PC, además de varios grupos políticos y sociales. Pero nunca pudo cuajar, porque todo el debate ha estado contaminado por una disputa generacional que no ha permitido hacer nacer a esta configuración política de izquierda y centroizquierda. Y lo que está hoy en el gobierno se parece bastante a lo que soñábamos en ese momento. Es un gran desafío para las cúpulas partidarias confluir en una sola coalición.

–¿Tan importante le parece una sola alianza?

–Es coherente con, al menos, mi visión de lo que es el Frente Amplio: hay buenas razones para afirmar que el Frente Amplio es básicamente el hijo pródigo de la renovación socialista. Y si uno mira los orígenes de varios de sus dirigentes, como Giorgio Jackson o Miguel Crispi, que pertenecían al mismo colectivo que yo en la universidad, el NAU, allí estaban dirigentes que luego entraron al PS o a la DC. El Movimiento Autonomista, de donde proviene el presidente Boric, tuvo entre sus referentes a Yerko Ljubetic, ex ministro de la DC en el gobierno de Ricardo Lagos. Cuando uno ve al mismo presidente Boric identificándose como un socialista libertario y entroncándose con la historia del PS, me parece que hay razones de fondo, ideológicas y de sentido, que marcan a esa confluencia. Además, desde las bases partidarias esto hace rato viene empujándose.

–¿Estaría a favor de incluir a la DC?

–No se debería partir por un veto a la DC, sino con la disposición al menos a conversar con ellos sobre la forma en que ellos quisieran aportar a este proyecto. Porque no es un tema unilateral y ambas partes deben estar interesadas en avanzar en una dirección. Pero al menos habría que rediscutir cómo se relaciona un programa de gobierno que sí o sí va a necesitar sus votos para poder avanzar. Cualquier reforma que se quiera lograr desde este gobierno va a necesitar los votos de la DC. Es una realidad y eso implica tener una conversación, más allá de si se consolida formar una misma coalición con ellos dentro o no. Es la única manera que veo de que el gobierno de Gabriel Boric pueda sacar adelante sus promesas.

–Mencionó las disputas generacionales entre la nueva izquierda y la anterior. ¿Sigue teniendo algún sentido?

–No es posible negar que los dirigentes políticos que hoy están en La Moneda tienen una historia generacional potente y eso conforma parte de su identidad, pero a la izquierda le toca muchas veces tratar de quererse menos a sí misma y más a ese pueblo al que busca representar, como dijo alguna vez Íñigo Errejón. Y en este caso, eso involucra también aprender a querer menos la historia propia y la identidad generacional y darse cuenta de que para la mayoría de los chilenos y chilenas es mucho más relevante saber qué se va a hacer en término de orden y seguridad pública, el costo de la vida, pensiones y salud, que el año en que nació tal o cual ministro o ministra. El relato generacional ha terminado siendo más bien un estorbo que un aporte para la nueva configuración de esa nueva izquierda y centroizquierda, que es lo que hoy se requiere a gritos para avanzar.

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