En el gobierno “nos han acostumbrado a que hacen tan mal las cosas”
Aunque prefiere dar una mirada más profunda que la que da la coyuntura, enfatiza que “la vuelta a los orígenes doctrinarios de algunos diputados jóvenes UDI puede afectar a la Alianza”.
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Por Patricia Arancibia Clavel
Oscar Guillermo Garretón (68) es un buen referente de los cambios que ha tenido Chile en las últimas décadas. Forjador del MAPU y hoy militante del Partido Socialista (PS), este exitoso empresario formado en la Universidad Católica es un agudo observador de la realidad nacional, que retrata periódicamente como columnista de La Segunda.
- A propósito de los últimos acontecimientos ¿cómo evalúas el manejo político del gobierno con sus partidos?
- Para ganar tuvieron que elegir como candidato a uno que, siendo de sus filas, no representa a la típica derecha ni hace un gobierno basado en sus principios históricos. Siento que a medida que gobiernan son menos chapuceros y al acercarse las proximas elecciones, tienden a unirse más. Con todo, la vuelta a los orígenes doctrinarios de algunos diputados jóvenes de la UDI y posturas como las de Libertad y Desarrollo (LyD), pueden afectar a la Alianza.
- En ese contexto, ¿fue un error la renuncia de Álvarez al ministerio de Energía? La UDI está indignada…
- Nos han acostumbrado a que hacen tan mal las cosas. Es una tensión interna, nadie del movimiento por Aysén presionó para ello. Pero también hay que decirlo, es ley no escrita que nadie le renuncia por correo al presidente ni menos filtra luego su renuncia a la prensa.
Naufragio de todos los poderes
Siempre bien dispuesto al diálogo y a los análisis globales y profundos más que coyunturales, cree -con el optimismo que lo caracteriza- que los movimientos sociales que están irrumpiendo con fuerza actualmente servirán para revitalizar la vida política, económica y valórica del país.
- ¿Cómo explicas los movimientos sociales que están remeciendo hoy día a nuestro país? ¿Estamos frente a un “nuevo” Chile?
- El Chile de hoy es distinto y nace después de haber recorrido por varios decenios un camino exitoso. Somos una sociedad que ha avanzado mucho y por tanto tiene más conciencia de sus aspiraciones. No estamos frente a una rebelión de indigentes sino que a la rebelión de un país con ingreso per cápita de
US$ 15.000, en momentos en que hay un naufragio de todos los poderes que, aunque de manera oligárquica, han sido también protagonistas de esos hechos.
- ¿A qué poderes te refieres?
- Al poder político que partió en los 90 con un prestigio enorme cuando se abrió la democracia y está, en este momento, en el fondo del abismo. Al poder económico, manchado por la imagen de abuso, especialmente después de La Polar, acompañado por la sensación de desigualdad, mejor detectada por una sociedad más instruida. Al poder cultural con el naufragio de la Iglesia Católica -Karadima es el caso más paradigmático, pero hay otros- que ha significado que la autoridad moral ya no es monopolio de nadie. La sociedad ha cambiado. También, pueden haber existido muchos Daniel Zamudio en el pasado, pero hoy la sensibilidad para casos como este es totalmente distinta.
- Estos movimientos, ¿vienen entonces para quedarse?
- Son la irrupción masiva de sentimientos latentes que encontraron su cauce de expresión. Soy optimista y creo que estos movimientos no sólo van aprendiendo de los anteriores sino que pueden ser un gran factor de sanación de los mismos poderes naufragados de que hablábamos.
- Algunos temen que éstos pueden desviarse y romper la institucionalidad que tanto costó construir…
- Quienes utilizan estos movimientos para alimentar sus visiones ideológicas podrán decir que viene un cambio radical del sistema o el fin del capitalismo, pero tengo la impresión que no es así. Estos son movimientos más corporativos que ciudadanos, es decir, tienen reivindicaciones específicas y no globales. No quieren la revolución, sino aranceles más baratos, quieren mejoras para Aysén, Punta Arenas, Calama, solucionar sus propios problemas regionales y cuando llegan los apoyos de los partidos, no los rechazan ni desprecian pero les dan una cabida de segunda fila. Tampoco “agarran papa” con banderas políticas como la nacionalización del cobre. Ahora, si los poderes no responden se puede generar una crisis.
- ¿El movimiento estudiantil reforzó el surgimiento de otras movilizaciones como la de Aysén?
- Son situaciones y momentos distintos. La movilización estudiantil fue el primer gran movimiento. Tuvo un fuerte impacto que remeció al conjunto de la sociedad chilena y logró una cantidad de éxitos notables. Puso en la mesa el tema del financiamiento educacional, de las desigualdades, entregó material sabroso a los que predicen apocalipsis y está obligando a la clase política a dar respuestas. Ellos aprendieron las lecciones de los “pingüinos”, pero no aprendieron otras, que sí creo entendió el movimiento de Aysén.
- ¿Como por ejemplo?
- Que los juegos del todo o nada agotan a los movimientos antes que a la política. Que el respaldo a ellos depende de su carácter esencialmente reivindicativo, corporativo y no ideológico. Que es malo menospreciar el rechazo mayoritario de la población a la violencia pues con ella empezó a declinar ese apoyo de opinión. Que los nuevos liderazgos no son automáticamente capitalizables partidistamente. Así mismo creo, y esa es la diferencia con el de Aysén, que es fácil en el momento de auge de los movimientos engañarse con la magnitud del poder que tienen; y en una sociedad con instituciones, a la larga es la institucionalidad la que tiene la llave para dar respuestas concretas. Es muy fácil para los movimientos marearse, pero creo que con la experiencia se van mareando cada vez menos y van siendo por lo tanto más exitosos.
- ¿Ves diferencia en los liderazgos de Camila Vallejo e Iván Fuentes?
- No sé si es porque se trata de un dirigente más fogueado o ligado al conjunto de la población y no a un segmento de ella, pero Fuentes entiende que está luchando por reivindicaciones para mejorar condiciones de vida de los suyos y no por ideologías. Su fuerza está justamente en no ser partido sino movimiento social y por lo tanto puede aglutinar a todo el arco político y hacer evidente que no está manejado por un partido. Ese fue uno de los problemas que afectó a Camila. Ella tiene un liderazgo atractivo pero el formateo partidario le complicó la vida. En el caso de Aysén, los líderes se mantuvieron más cercanos a la masa que los apoyaba que a las minorías radicales siempre muy ruidosas. No es que se desligaran de las movilizaciones, pero Fuentes es un dirigente negociador, no de la barricada y así, logró algo que está en todos los manuales sobre estrategia política: que con la violencia ganan los armados y no los desarmados que son la mayoría. Además, esa actitud conciliadora le permitió plantear con mucha fuerza y legitimidad la crítica a la violencia de las Fuerzas Especiales de Carabineros. El movimiento estudiantil nunca pudo hacerlo de igual manera. Espero que haya aprendido estas lecciones y que su accionar para adelante sea distinto.
- ¿Hay similitudes con las movilizaciones del período de la UP?
- Allí la lucha se dio en un contexto donde había viabilidad de alternativas de sociedad. Había países comunistas y movimiento comunista mundial, Tenían vigencia, aparecían fuertes, más aún, avanzando. Su derrumbe y la senilización de algunos procesos que hoy todavía quedan, hacen eso más difícil. Los movimientos sociales de hoy no se proponen “sistemas” alternativos.
- Pero sí muestran un claro rechazo a la élite política, económica y cultural…
- Lo que la gente quiere es participar de distinta manera en el reparto del poder político, del poder económico y en sus propias decisiones de carácter moral. Estas movilizaciones más que proponer proyectos alternativos, están expresando el rechazo e indignación con lo que existe. Se quiere un país menos oligárquico en lo político, donde lo que se ve es una especie de clase que se auto renueva automáticamente y donde al ciudadano solo se le convoca para convalidar elecciones ya consumadas en conciliábulos partidarios. De ahí la importancia de cambiar el sistema binominal. También quiere un país menos oligárquico en lo económico lo que implica un mejor reparto de la riqueza y mucho más inclusivo en lo valórico.
- ¿Qué le pasó a la clase política que no ha estado a la altura de las circunstancias?
- Inciden varios factores, entre ellos que el sistema, que dio estabilidad en la transición, tenía un elemento perverso: encapsuló al mundo político de manera creciente. Las elecciones son cada vez menos competitivas, más predecibles. En la medida que los propietarios de los cargos se han hecho casi inamovibles, se distancian más del conjunto de la sociedad.
- ¿Hay posibilidades de que esta situación cambie?
- Sí, y ya lo está haciendo. La derecha que gobierna hoy día no es la misma que hubo en la oposición desde que volvió la democracia a Chile: está tomando temas nuevos, distintos. Así también, que surjan con tanta fuerza candidatos presidenciales razonables de otra generación, habla por sí solo. Su relación con la sociedad no es la clásica de los partidos.
- ¿Ves a la Concertación reinventándose?
- No goza de tan mala salud como quisieran algunos. Tiene una candidata presidencial que puntea en las encuestas y por lo tanto, más allá de todas las entelequias que se tejen, es una alternativa de gobierno cierta. Digo cierta, no 100% segura. Dijeron que iba a explotar después de la derrota y no lo hizo, lo pasó mal, provocó muchos bochornos en sus partidarios y probablemente hoy necesita una alianza más amplia, pero el núcleo de la Concertación sigue siendo el eje de la oposición y dentro de ella, los vilipendiados acuerdos DC-PS son claves. Si ellos no existieran, por largo tiempo la izquierda no volvería gobernar a Chile. Aprendimos la lección que para hacer cambios profundos, se requiere tener mayorías de una envergadura que incluye al centro.