Nueva Mayoría: las fórmulas para una rectificación indispensable
Resulta improbable que el conglomerado oficialista, unido por su vocación de poder, termine estallando antes de las elecciones. Pero tampoco parece viable que se mantenga como lo conocemos en la actualidad.
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La verdadera campaña presidencial comienza en realidad en este marzo –como se escucha en esta semana de arranque–, por lo que nada de lo que hayamos observado el año pasado resulta demasiado decisivo. Probablemente un ejemplo adecuado radique, justamente, en la candidatura de Ricardo Lagos: pese a los augurios que apostaban a una retirada luego de la encuesta CEP conocida a comienzos de enero –donde su respaldo se mantuvo en un 5%–, la postulación del ex presidente sorpresivamente sigue adelante, pese a los problemas. La política chilena se comenzará a definir desde esta semana hasta la primaria del 2 de julio y la primera vuelta del 19 de noviembre, y en estos ocho meses turbulentos se resolverán asuntos cruciales para ambas coaliciones. En el caso de la centroizquierda –donde hasta ahora radican las mayores tensiones–, los dirigentes en este período tendrán la compleja misión de determinar la supervivencia de la Nueva Mayoría que aglutina nada menos que a siete partidos.
Poco a poco se ha instalado como un diagnóstico transversal, tanto del oficialismo como de la oposición: la Nueva Mayoría, como la conocemos hasta la actualidad, difícilmente puede continuar. Nacida hace menos de cuatro años en torno a la promesa reformista de Michelle Bachelet, ha mostrado poca disciplina parlamentaria, una tensión constante entre los propios partidos y desde las colectividades hacia el Ejecutivo y, en definitiva, una falta de afecto entre unos y otros que tiene el trasfondo de las diferencias ideológicas que conviven bajo un mismo paraguas. Pese a los problemas y a la necesidad de reformulación, sin embargo, ningún dirigente ha propuesto cambios concretos en el conglomerado. En definitiva, de cambiar, ¿cómo podría/debería transformarse la Nueva Mayoría?, ¿bajo qué fórmulas, concretamente?, ¿pasa por un cambio de nombre solamente, uno de los puntos donde ha radicado el debate público?
El poder es el cemento de la política
Un primer punto que conviene vislumbrar es la profundidad de la crisis que vive el sector.
Existen determinadas miradas –como la de René Jofré, militante del PPD y director ejecutivo de la Fundación para la Democracia–, que señalan que las tensiones que se viven dentro de la Nueva Mayoría no son distintas a las que enfrentan otros conglomerados de centroizquierda amplios alrededor del mundo. “Si se observa lo que ocurre en países como Italia, donde la coalición también abarca desde la DC al PC, el debate es más o menos el mismo”, ejemplifica Jofré, experto electoral de su partido.
Para el doctor en Ciencia Política y director de estudios del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), Daniel Mansuy, los distintos proyectos que conviven en la Nueva Mayoría “son sin duda legítimos, pero es al menos dudoso que sean efectivamente compatibles”. Mansuy señala que la viabilidad (eventual) del conglomerado pasa necesariamente por un sinceramiento de estos proyectos diferentes: “Un acto mínimo de sinceridad política obligaría a explicitar que en la Nueva Mayoría conviven, al menos, dos visiones de mundo muy distintas, una socialdemócrata y la otra de izquierda más dura”. Aunque reconoce que no es ni de lejos un fenómeno exclusivamente nacional –porque en Francia, Alemania y España la izquierda vive dilemas más o menos parecidos–, la dificultad de la Nueva Mayoría es similar a la que se vive en Francia: “Cada partido tiene un bando moderado y uno más radical, lo que complica mucho las cosas”.
Las distintas posiciones hacia el régimen cubano o proyectos de ley como la despenalización del aborto producen frecuentemente una tirantez entre los partidos oficialistas y, especialmente, entre la DC y el PC, los extremos. Pero un segundo punto que convendría vislumbrar es si esta tensión terminará o no en un quiebre de la coalición. Con los elementos disponibles hasta ahora, al menos, sigue pareciendo un camino improbable.
La jugada de la senadora y presidenta de la DC, Carolina Goic, ha sido catalogada de magistral al interior de ciertos sectores de la Nueva Mayoría: contenía dos señales de suma relevancia para lo que viene en este 2017. Aunque parece tener claro que este no es su momento político ni su figura está lo suficientemente madura para llegar a La Moneda, con su candidatura calma la ansiedad de su base militante que necesita observar a sus líderes jugando las carreras grandes en un período donde parte de la DC se ha sentido maltratada. Pero la decisión de la senadora tiene un segundo efecto, de todavía mayor relevancia: al aceptar competir en una primaria, Goic ratifica su compromiso de mantenerse dentro de la Nueva Mayoría y fuerza a su partido a seguir la misma línea. Medirá su fuerza en la Junta Nacional del 11 de marzo próximo donde algunos dirigentes, como el ex diputado Gutenberg Martínez, intentarán persuadir a sus camaradas respecto de la conveniencia de llegar con una candidatura presidencial a la primera vuelta de noviembre.
El cálculo de estos grupos es que si la Nueva Mayoría va a perder el Ejecutivo de todas formas o si gana el senador Alejandro Guillier pero la DC va a seguir siendo un actor de segunda línea, a los democratacristianos les conviene reforzar su identidad y persistir en un camino en solitario. Con la premisa de que primero está el partido y luego viene la suerte del conglomerado, apuestan a consolidar una fuerza propia para negociar con el candidato que triunfe en la elección presidencial, sea de la centroizquierda o de la derecha. Pero en un movimiento táctico que tiene un sentido estratégico, no necesariamente tiene como objetivo un rompimiento dramático son sus socios históricos, sino poner un precio alto a la DC en pleno período de negociación anterior a unas elecciones.
En el resto de la Nueva Mayoría señalan que no están dadas las condiciones, al menos hasta ahora, para un quiebre.
René Jofré señala que el camino propio de la DC no tiene ninguna posibilidad, al menos hasta la elección de noviembre: “Los propios parlamentarios se van a resistir”. Emprender una campaña al Congreso de la mano de un candidato presidencial que no supere el 5% como Goic, explica el analista del PPD, representaría una especie de suicidio político. “Con una lista única parlamentaria de la Nueva Mayoría, la DC puede sacar 25. En solitario, en cambio, de 12 a 17. ¿Estará la DC dispuesta a perder congresistas con el objetivo de ganar identidad y poder inclinar la balanza? Me cuesta imaginar ese escenario”, señala el experto electoral. “El quiebre se podría producir, en cambio, si gana el candidato de Chile Vamos y algunos democratacristianos se vieran tentados de conformar el gabinete. Pero si la Nueva Mayoría gana la presidencial, la discusión queda enterrada: el poder es el cemento de la política”, sostiene.
Pablo Monje-Reyes, encargado electoral del PC, coincide en que el camino propio y una lista parlamentaria única “configura un problema político-técnico insalvable” para la DC. El militante comunista agrega: “No hay ninguna condición para la división de esta alianza, se siga llamando Nueva Mayoría o no”. Para Monje-Reyes, los grupos conservadores de la DC son minoritarios respecto a la postura de Goic y de 132 a 136 de los 156 delegados de la Junta Nacional son funcionarios de gobierno: “No tienen ningún incentivo para el camino propio (…) El incentivo para mantener el poder es demasiado alto”.
Nuevas reglas del juego
Parece existir cierto consenso entre los actores de la política chilena en que la Nueva Mayoría –sea o no con cambio de nombre– debe experimentar un proceso de reconstitución. En la elección presidencial de 2013, como señala Mansuy, “la popularidad de Michelle Bachelet y la posibilidad de recuperar el poder dejaron de lado cualquier preocupación por la coherencia política: “Este camino, desde luego, puede dar réditos electorales, pero se paga caro después”. La centroizquierda ganó finalmente la elección con un 62% de la votación, pero el respaldo ciudadano no se tradujo en la ejecución de un buen gobierno ni en una coalición comprometida con un programa que algunos líderes de partidos –como reconocieron luego–, ni siquiera leyeron.
Para Marco Moreno, decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Central, el primer desafío que deberá emprender la Nueva Mayoría será adaptarse a la reconfiguración de los actores producto de la desbinominalización del sistema político en curso. “Es un proceso que no se avizora fácil, aunque domina en las fuerzas de centroizquierda una cultura más arraigada de entendimiento y consensos”, señala Moreno.
El cientista político, adicionalmente, enumera cinco asuntos que debería incluir una agenda de trabajo para el rediseño de la coalición:
i) Acuerdo programático. De acuerdo a Moreno, se requeriría en primer lugar –y desde una lógica estratégica– redefinir la unidad de objetivos del conglomerado. En la misma línea que Mansuy, señala que la necesidad de recuperar el poder y el incentivo de contar con una candidata altamente competitiva —como lo era Bachelet el 2013— llevó a priorizar el pacto electoral por sobre la discusión programática. “La subordinación de lo programático a lo electoral ha estado a la base de los problemas de la agenda de reforma y de diseño e implementación de las mismas en la actual coalición oficialista. Se precisa ahora una secuencia más virtuosa”, indica Moreno. Lo anterior supone una discusión estratégica mucho más acabada en términos de diagnósticos y propuestas que den lugar a un programa de gobierno que esta vez comprometa a todos los actores desde las convicciones hasta la acción.
ii) Pacto electoral. Alcanzado un acuerdo programático, se deber dar paso la fase de la táctica que los integrantes emplearán para su consecución. “Este se expresará en el pacto electoral, es decir, en la distribución de cupos en la lista o listas parlamentarias. Esta decisión dependerá de la opción que resulta más eficaz en términos de rendimiento electoral”, señala Moreno.
iii) Mecanismos institucionalizados de procesamiento de diferencias.En la gestión de un eventual próximo gobierno surgirán diferencias que el conglomerado debería procesar adecuadamente. “Hasta ahora hemos conocido un conjunto de prácticas que regulan vocerías, pero no se disponen de mecanismos para tratar las diferencias como ha sido el caso de las discrepancia entre la DC y el PC o en el tratamiento de la agenda valórica”, indica el decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Central.
iv) Disciplina parlamentaria. Moreno señala que al no existir en nuestra legislación la orden de partido, la disciplina y lealtad parlamentaria es una cuestión que tensiona a la coalición, lo que se debería corregir en un rediseño de la Nueva Mayoría.
v) Gestión de gobierno. Junto con los cuatro puntos anteriores, de volver al Ejecutivo la centroizquierda debería revisar sus mecanismos de gestión, donde radican una de las mayores críticas al gobierno de Bachelet.
En un escenario donde resulta improbable que el conglomerado oficialista estalle antes de las elecciones –dada la vocación de poder que han administrado con eficacia al menos desde 1990 –, no parece viable que la Nueva Mayoría se mantenga como la conocemos en la actualidad. Una discusión seria y profunda –que hasta ahora ninguno de sus dirigentes parece querer protagonizar–, podría ser el único camino hacia su viabilidad política y proyección.