Gobierno de Piñera: dos meses de autogoles y los arañazos en el proyecto 2018-2022
Algunos miembros del gobierno parecen no advertir el cambio de estándar en la política y el peso de la función pública.
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Esta era la semana de la salud. La agenda del gobierno contemplaba concentrar las energías en la presentación de la mesa de trabajo de la salud, una de las cinco áreas en que el Ejecutivo de Sebastián Piñera pretende alcanzar grandes acuerdos nacionales con los distintos grupos políticos. La presentación de la mesa de trabajo finalmente se realizó ayer, aunque en un clima enrarecido: apenas algunas horas antes –aguando la fiesta– la Contraloría General de la República anuló el protocolo que permitía la objeción de conciencia en las prácticas de abortos a aquellas instituciones que mantuvieran un convenio con el Estado. El instructivo de Salud había sido publicado en el Diario Oficial el 23 de marzo, por lo que se concluye que el ministro Emilio Santelices y sus colaboradores lo trabajaron rápidamente luego de asumir el día 11. Como es sabido, pese a tratarse de un asunto delicado, de esta decisión no supo con anterioridad el Presidente, lo que desató su comprensible molestia.
La hoja de ruta de este gobierno fue trabajada con seriedad y detalle en los cuatro años en que la derecha estuvo en la oposición. Piñera ganó las elecciones con un proyecto, una idea de país. A diferencia de 2010, cuando el sector se estrenaba en el aparato público –sin experiencia y con una buena parte del país afectado por el terremoto– en esta segunda ocasión aterrizó con un programa nítido que apunta a retomar el crecimiento y a entregarle seguridad social a esas grandes clases medias nacidas en democracia. En sus primeros dos meses, al presidente no le ha ido mal. En sectores moderados de la centroizquierda se señala en privado que este Piñera, el de 2018, se ha mostrado menos como un jefe de gobierno que como un jefe de Estado, lo que es un halago. Las encuestas están de su lado: tiene un 58% de aprobación, según la CADEM. Luego de haber retrocedido en la designación de su hermano como embajador en Argentina, la desaprobación cayó a un 24%. No se podría señalar, en definitiva, que se observen signos tempranos de decadencia en el grueso del gobierno.
Pero el Ejecutivo, como se observó nuevamente esta semana, tiene al enemigo dentro de la casa. En estos dos primeros meses de mandato, a causa de sus propios errores internos ha sufrido autogoles que arañan la instalación de su proyecto político. Las motivaciones del ministro de Salud y sus colaboradores pueden ser en parte comprensibles –defender las 1.197.000 prestaciones anuales que estaban en riesgo de aprobarse el protocolo de aborto de Michelle Bachelet, según ellos–, pero ha quedado de manifiesto, a la luz de la resolución de Contraloría, que fue una medida poco pensada: una equivocación. A causa de este asunto, por ejemplo, el Frente Amplio decidió no participar de la mesa de trabajo de salud, cuando para el gobierno resulta importante convocar a la mayor parte de los grupos políticos para alcanzar los acuerdos que pretende. No es posible de otra forma considerando que Chile Vamos no tiene mayorías en el Congreso.
Las crisis evitables
Los autogoles de estos dos meses arañan la agenda de Piñera. En ocasiones –como el viaje a Boston del ministro de Hacienda, Felipe Larraín– se tratan de situaciones casi absurdas, pero que en el contexto actual se transforman en grandes bolas de nieve que arrastran a todo el gobierno. A apenas dos meses del arranque, la suerte de uno de los ministros de mayor importancia del gabinete –el de Salud– pende de un hilo. Podría pedírsele la renuncia, él podría renunciar o, finalmente, la situación se podría resolver si la oposición junta sus fuerzas en torno a la acusación constitucional que evalúa el Frente Amplio. ¿Es esto esperable cuando la salud es una de las cinco columnas, junto con niñez, seguridad, Araucanía y superación de la pobreza? ¿Podrían haberse evitado estas crisis? La desatada por el ministro Santelices, sin duda. La del ministro de Hacienda, evidentemente.
La Moneda tiene enfrente a una centroizquierda descompuesta en lo político –sin alianzas, sin análisis de la derrota, sin proyecto definido, sin líderes ni hojas de ruta–, pero que ha mostrado su capacidad para articularse respecto del Ejecutivo. Lo mostraron cuando, en pocas horas, reunieron las firmas para lograr interpelar a Santelices. Es un asunto de cuidado: las balas pueden llegar desde cualquier lugar del frente. Con un PS enfocado en un inédito papel fiscalizador apelando a la Contraloría ante cualquier posible falta, el oficialismo quizá debería tomar mayor conciencia del nuevo contexto y sus peligros. Algunos miembros del gobierno parecen no advertir el cambio de estándar en la política y el peso de la función pública. Queda de manifiesto en diferentes ocasiones, como con el episodio de los hijos-campeones del ministro de Educación, Gerardo Varela, que lidera una de las áreas de mayor sensibilidad y conflictividad social. Fue el mismo ministro que justificó el lucro en la educación cuando la ley lo prohíbe y que, a días de una movilización estudiantil, señaló que el tiempo de las marchas había pasado.
Son errores importantes en carteras cruciales. El Talón de Aquiles de Piñera es hoy en día su propio gabinete, donde entre los ministros noveles se advierte inexperiencia, desatino y falta de olfato político. Existe, entonces, un problema de origen: hubo nombramientos arriesgados.
Pero para desgracia del oficialismo, no se trata solamente de un problema de los nuevos.
En la falta de cuidado y en la poca conciencia de la función pública y el cambio de escenario, han caído ministros con bagaje como el de Hacienda, al que la polémica por su visita a Harvard entre el 11 y el 16 de abril le cayó justo en un momento de defensa de la austeridad fiscal. O como el de Justicia, Hernán Larraín, que podría ser el segundo interpelado en el Congreso, por las polémicas reuniones que sostuvo como senador con Jorge Abbott, entonces candidato a Fiscal Nacional. El propio Piñera ha sido víctima de los nuevos tiempos: aunque hace algunos años para la sociedad no resultaba reprobable que un presidente instalara a familiares en puestos de poder, el estándar ha subido en poco tiempo y la ciudadanía exige a sus políticos una conducta a prueba de Contraloría, literalmente. En ese contexto, resultaba evidente que el nombramiento de su hermano como embajador de Argentina generaría un conflicto que –nuevamente– era evitable.
Más y mejor política
El Presidente sabe de cambios de contexto. Cuando asumió en 2010, la clase política no imaginaba las movilizaciones de 2011, que fueron expresión de una ciudadanía distinta. Como candidato, su condición de empresario era una cualidad. En el primer año de su presidencia, en un clima socialmente confuso, dejó de serlo. Las reglas del juego entre el gobierno y los chilenos cambiaron una vez iniciado ese mandato y Piñera debió liderar un período de mucha conflictividad.
Cuando regresó a La Moneda en marzo pasado parecía haber aprendido de sus errores de la instalación de hace ocho años y de su cuatrienio en la oposición. Se habló de un Piñera distinto y probablemente lo sea.
Controló en parte su excesivo activismo de 2010, cuando se produjo el aterrizaje de las chaquetas coloradas. Piñera moderó la soberbia de su primer mandato, que con el eslogan de una nueva forma de gobernar pretendía estar marcada por la gestión y la eficiencia. La falta de experiencia, a su vez, tendría que darse por superada: en este nuevo gabinete apostó por arroparse con sus fieles colaboradores de Avanza Chile, incluso repitiendo nombres en las mismas carteras, como Andrés Chadwick en Interior o Cecilia Pérez en la SEGEGOB. En esta ocasión, además, no prescindió de los políticos de profesión como en el primer equipo ministerial de 2010 y fue cuidadoso para no erigirse por encima de los partidos. La política, ahora, parecía no estar subyugada a la técnica, lo que lo salvaría de tropezar nuevamente con las mismas piedras. A diferencia de la primera vez, Piñera cuenta hoy en día a su favor con una coalición todavía relativamente ordenada.
Pero para poder concretar el proyecto –probablemente el de mayor ambición de su sector en la historia reciente–, el presidente quizá deba recordar y recordarles a sus ministros que el cambio de estándar parece exigírsele primero a la derecha y a un gobierno considerado plutócrata. Que la conducción política, por otra parte, nunca es poca ni suficiente.