El país fue testigo el año pasado de cómo el persistente deterioro de las expectativas de empresarios y consumidores contribuyó a arrastrar a una economía ya en desaceleración, afectada en parte justamente por el clima de incertidumbre que se instaló en el ambiente de negocios de todos los sectores productivos, debido a la ola de reformas estructurales que está sacando adelante el gobierno de centroizquierda de la Nueva Mayoría.
Si bien los primeros indicadores de actividad de 2015 apuntan a una estabilización que sugiere indicios de una tímida recuperación tras el violento freno, ciertamente se trata de un escenario aún marcado por la debilidad -particularmente notoria por el lado del consumo- y por el foco de preocupación que se ha instalado entre los agentes en torno a la reforma laboral, a lo que se ha sumado el profundo impacto mediático que han tenido en la ciudadanía los escándalos políticos y económicos del último tiempo y que se encuentran en manos de la justicia.
Es en este contexto en que nada podría hacerle peor al país que una parálisis. De una parte, suman las voces que instan a la autoridad a tomar acciones decididas y medidas concretas que, más allá de la retórica, permitan a empresarios y consumidores recuperar confianza, inyectar ánimo a la economía y de esta manera contribuir a su recuperación. Por otro lado, se trata de un tiempo de reflexión en el empresariado que en una inmensa mayoría actúa con ética en los negocios y que ha dado muestras de un contundente rechazo a prácticas reprobables, lo que contribuye a alejar caricaturas y mirar con orgullo y confianza a un puntal de nuestro desarrollo.