Editorial

Sin ahorro no hay crecimiento

José Manuel Silva director de inversiones larrainvial asset management

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Recuerdo con nitidez las clases de econometría del “maestro” Vittorio Corbo. Corría el año 1985, Chile

salía de una gran depresión económica y nos preguntábamos si sería posible retomar una tasa de crecimiento que permitiera al país acercarse al umbral del desarrollo.

Corbo venía de trabajar en el Banco Mundial, por lo que enriquecía la árida econometría con comentarios sobre desarrollo económico. Una de las cosas que no se me olvidará era su insistencia de que para lograr el desarrollo, Chile necesitaba elevar su tasa de ahorro nacional bruto a niveles por lo menos cercanos al 25%. Nos recalcaba que los dragones del sudeste asiático habían logrado su desarrollo en una sola generación ahorrando e invirtiendo cerca del 35 % del PGB.

El problema es que por esos años el ahorro nacional era de entre 12% a 14%. Con ello, el país justo financiaba la llamada depreciación, aquella parte del stock de capital que debe reponerse año a año. Para incrementar la producción per cápita era necesario invertir por encima de la depreciación y que esa inversión fuese de calidad. Esto es que rindiese lo máximo posible por cada peso invertido. De esa manera, con los años, se acumularía capital y cada chileno vería incrementar su productividad y su bienestar.

En 1985 esto parecía una tarea titánica. ¿De dónde sacar 10 puntos del PGB para destinarlos a ahorro e inversión? De conseguirlos, ¿serían suficientes para elevar la tasa de crecimiento del país y así bajar el altísimo desempleo de la época? Por esos años algunos centros de estudios preveían que el desempleo no se absorbería hasta el año 2000.

¿Qué ocurrió? Se creó una estructura tributaria que incentivó fuertemente el ahorro nacional, un sistema integrado que favorecía la reinversión y castigaba el consumo. Se puso en marcha un nuevo sistema de pensiones que creaba por primera vez el ahorro institucional de largo plazo, algo inédito en América Latina. Se incentivó la inversión extranjera para suplir el escaso ahorro interno con ahorro externo. Se estableció el derecho de propiedad sobre las concesiones mineras, sector clave de la economía chilena.

A los pocos años, el ahorro se acercaba al 25 %, la inversión superaba el 29 % y un crecimiento económico sobre 7%. Y como cada punto de crecimiento genera 0,75 puntos de demanda laboral, el desempleo se absorbió en menos de siete años. Los salarios crecieron como nunca antes y la extrema pobreza se logró reducir a la tasa más rápida de la región. Este círculo virtuoso se aceleró con la vuelta a la democracia que seguramente permitió reducir la prima por riesgo de los activos chilenos. La sabia conducción de Patricio Aylwin, asesorado por Edgardo Boeninger y Alejandro Foxley, mantuvo virtualmente intactas las bases de la economía del progreso.

Por todo lo anterior, creo que la peor cifra macroeconómica que hemos recibido últimamente no es el alza de la tasa desempleo, indicador rezagado consecuencia de otros males, sino la caída en la tasa de ahorro nacional bruto informada por el Banco Central, que llevaría este guarismo por debajo del 20%, por primera vez desde 1987. Si algo caracterizó a nuestro país en los 30 años gloriosos de crecimiento que se inician en 1986, es el alza en la tasa de ahorro. Ese es justamente el problema que aqueja a Brasil, cuyo ahorro nacional hoy no supera el 15 %, lo que le impide invertir para crecer. Por décadas Chile ha tenido una de las mayores tasas de ahorro regionales y consecuentemente una de las mayores tasas de inversión. Eso se logró sin sobreendeudar al sector privado, gracias a los incentivos a la reinversión del vilipendiado fut.

Dos años de retroexcavadoras, una reforma tributaria después y un mercado laboral rigidizándose, bastaron para derrumbar la tasa de ahorro, disminuir el PIB potencial y empinar el desempleo. No existe otra ruta para recuperar la senda de crecimiento que volver a premiar el ahorro y la inversión por sobre el consumo, en el sistema tributario, en el discurso público, en las prioridades nacionales. “No podemos sacrificar el crecimiento por políticas aparentemente inclusivas”, señalaba recientemente en un medio local el economista José de Gregorio. En el mismo medio, Ernesto Ottone, sociólogo que trabajó en el gobierno del Presidente Lagos, señalaba: “…tras 25 años Chile hoy tiene el promedio de crecimiento más alto de América Latina en esos 25 años y los mejores indicadores sociales junto a Uruguay en todos los planos. Nunca en la historia de Chile durante 25 años se avanzó tanto.”

A buen entendedor pocas palabras, si no está roto para qué cambiarlo.

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