El salvaje ataque al semanario francés Charlie Hebdo que dejó el saldo de 12 personas asesinadas y una veintena de heridos sólo puede ser merecedor del unánime repudio de todos quienes defienden los valores de la libertad y la democracia. Si bien este aberrante hecho puede ser leído por algunos como la culminación de una historia de conflicto y enfrentamiento entre la publicación satírica y grupos extremos del islamismo, nada puede justificar que se pretenda cerrar a fuego y sangre la historia de fricciones.
La libertad de expresión, la tolerancia y, por supuesto, el respeto al más esencial de los derechos, el de la vida, han sido cruelmente golpeados con estos hechos y deben ser perseguidos y condenados en su justa medida.
Pero estos acontecimientos también tienen otros alcances, ya que se producen en una Europa crecientemente tensionada por sentimientos anti islamistas y anti inmigratorios. Se trata de procesos de sensible alcance político, económico y, sobre todo, social, que exigirán un tratamiento responsable de parte de las autoridades, de modo que el criminal proceder de algunos fanáticos no termine amagando la coexistencia racial, cultural y religiosa que debe imperar en toda sociedad que se pretenda civilizada.
Los temas envueltos en estos lamentables hechos tienen en su origen profundas ramificaciones, pero, por sobre todo, involucran cuestiones decisivas para el devenir de un mundo globalizado. Y es allí donde los principios básicos que inspiran los valores más nobles de la convivencia democrática deben cobrar relevancia y marcar el rumbo a los líderes políticos y los ciudadanos de Occidente.