En menos de tres semanas el mapa político latinoamericano se ha rebalanceado de manera importante. Primero fue Argentina, en donde la candidatura por el cambio encabezada por Mauricio Macri se impuso sobre la continuidad del kirchnerismo; y luego Venezuela, cuya Asamblea Nacional en definitiva ha quedado claramente dominada por las fuerzas opositoras al chavismo.
En Brasil, en tanto, la presidenta Dilma Rousseff vive por estos días jornadas de alta tensión, luego de que se aprobara el inicio de un juicio político en su contra, el cual sigue pendiendo sobre ella, pese a que ayer fue provisoriamente paralizado por la Corte Suprema de ese país.
Recesión, inflación y corrupción están en el denominador común de estos procesos, en donde las urnas (en los primeros) y las encuestas (en el segundo), hablan de una ciudadanía cansada con los nocivos efectos de políticas altamente onerosas en lo político, económico y social.
Los giros producidos o en desarrollo en estas naciones dan cuenta de una región que está viviendo y seguirá experimentando días intensos y agitados, ya sea porque la magnitud de las correcciones que se requieren en cada uno de ellos son simplemente colosales, como porque los climas políticos internos no están exentos de tensión.
De esta forma, si bien es posible afirmar que en el período que viene América Latina estará cruzada por nuevos aires, habría que precisar que a ratos estos más bien parecerán vientos de cambio, con todo lo que ello representa en términos de ruidos y complejidades, en especial si se tiene a la vista que el inicio de estos puntos de inflexión coincide con el término del súper ciclo de precios de los recursos naturales.