Migración y crecimiento económico
La preocupación ciudadana por el aumento de la inmigración irregular ha ganado centralidad en el debate político nacional, especialmente ante el avance de redes criminales como el Tren de Aragua. Estas organizaciones han aprovechado vacíos en el control fronterizo, particularmente en la zona norte del país, para establecer operaciones delictivas. En este contexto, es comprensible que el tema migratorio se haya vuelto crucial a meses de la próxima elección presidencial. Sin embargo, la migración, como fenómeno estructural, no puede reducirse únicamente a su dimensión delictiva.
Chile, como economía estable y abierta, ha sido un polo de atracción tanto para capitales como para personas. En 2024, la población migrante habría contribuido con un 10,3% del PIB, superando su peso demográfico (8,7%), según un informe reciente de la Fundación PorCausa, publicado por DF. Este aporte ha crecido sostenidamente: en 2018 representaba solo el 7,1%. El incremento no responde exclusivamente al flujo regional, sino a factores estructurales como el envejecimiento poblacional, la transformación del mercado laboral y la necesidad de una fuerza de trabajo más dinámica.
Los primeros datos del Censo 2024 confirmaron una tendencia demográfica alarmante: el país experimenta una baja sostenida en la tasa de natalidad. Esta caída ha sido parcialmente mitigada por los nacimientos en familias migrantes, quienes contribuyen a rejuvenecer la pirámide poblacional. En términos productivos, el aporte es aún más contundente: entre 2013 y 2023, el 50% del crecimiento del PIB sería atribuible al aumento de la población migrante, frente al 18% explicado por trabajadores nativos, según el mismo estudio.
El perfil demográfico de la población migrante es clave para entender su peso económico. Un 82,7% se encuentra en edad de trabajar, frente al 66,6% en el caso de los chilenos nativos. Además, presentan una mayor participación laboral (78,8% vs. 67,4%) y una menor tasa de desempleo (7,1% vs. 8,7%). Su aporte fiscal también es sustantivo: el ingreso neto promedio por migrante al fisco es de US$ 604 anuales, frente a los US$ 184 per cápita que aportan los nativos.
El desafío no es detener la migración, sino gestionarla con visión de Estado. Un sistema migratorio ordenado, basado en la legalidad y en criterios de empleabilidad, productividad y cohesión social, es condición necesaria para que Chile sostenga su competitividad. En un escenario global marcado por conflictos, presiones inflacionarias y reordenamientos productivos, desperdiciar este capital humano sería una torpeza estratégica. La discusión electoral debe elevarse a este nivel: cómo capitalizar los beneficios demostrables de la migración, sin ceder espacios al crimen ni a la xenofobia.