La campaña electoral en EEUU finalmente llega a su conclusión mañana, después de una contienda que ha sido calificada por los expertos como la más sucia en la historia del país.
Los programas de gobierno, el nivel de los debates, e incluso, los atributos de los propios candidatos, han dejado insatisfechos a muchos estadounidenses, que se quejan de que sólo les ha quedado la opción de votar por el menos malo de los dos.
Pero en al menos una cosa nadie podrá negar que esta elección ha cumplido a cabalidad. Ha sido un reflejo verdaderamente fiel de lo que muchos analistas ya están considerando como una nueva fase histórica a nivel global. Una fase marcada por el regreso de los discursos populistas y nacionalistas, por crisis políticas desatadas por grandes olas migratorias, y por una nueva estrategia terrorista del fundamentalismo islámico.
Todo esto en medio de un largo período de crecimiento continuado, pero mediocre, que está extendiendo la sensación de inseguridad entre los ciudadanos, y produciendo desequilibrios estructurales.
Y por último, el uso de los medios sociales como estrategia de campaña ha subrayado la pérdida de confianza en los grupos y partidos tradicionales.