La presidenta Dilma Rousseff ganó su segundo mandato en Brasil con el margen más estrecho en 25 años y asumió admitiendo el complejo desafío que tenía por delante. Pero difícilmente imaginó lo rápido que se complicarían las cosas.
Cuando apenas han transcurrido 40 días, la mandataria ya enfrenta propuestas de la oposición para pedir una impugnación parlamentaria y protestas exigiendo su renuncia por su vinculación al escándalo de corrupción en Petrobras, el peor en la historia de Brasil.
Y la situación va a empeorar. Rousseff desperdició el viernes la oportunidad de asumir el liderazgo en el combate a la corrupción al escoger como nuevo presidente de la petrolera a un alto ejecutivo de Banco do Brasil con estrechos vínculos con el gobierno y que no da garantías de independencia.
Con una economía ya golpeada por el exceso de gasto, el caso de Petrobras agrava el panorama, elevando el riesgo de default y los costos de financiamiento en varias industrias. Aunque necesario, el ajuste fiscal enfriará aún más la actividad, y las alzas de impuestos elevarán la inflación, lo que sugiere nuevos aumentos de tasas y menor dinamismo. Definitivamente, un difícil comienzo de año.