Editorial

Distorsiones en las señales de precios

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Sincerar precios puede ser impopular, pero no hacerlo suele ser peor.

Es lo que ha ocurrido con la fijación de las tarifas eléctricas por más de cuatro años y que hoy enfrenta una fuerte resistencia para su normalización.

En efecto, las tarifas eléctricas fueron congeladas en 2019 en plena convulsión social. El proyecto original pretendía ser temporal y se esperaba que la menor tarifa fuese, en teoría, compensada posteriormente; sin embargo, el diferencial de precios -fijado versus real- agotó rápidamente el fondo destinado a este fin. Frente al temor de elevar los precios de la energía eléctrica, el actual Gobierno decidió en 2022 presentar un nuevo proyecto de ley para postergar el alza, lo que llevó a escalar la deuda con las generadoras a niveles cercanos a US$ 6.000 millones.

Cuando las decisiones políticas solo miran los beneficios de corto plazo, adquiere plena vigencia el dicho “pan para hoy, hambre para mañana”.

Ante este escenario, el Ejecutivo presentó a comienzos de este año un tercer proyecto de ley, con el fin de detener la deuda y descongelar los precios, pero para aminorar el impacto esperado de casi 60% en la cuenta de los hogares, se decidió implementar un subsidio eléctrico. Originalmente, este subsidio tenía un costo cercano a US$ 300 millones por dos años y medio, pero como la reacción del mundo político no se hizo esperar, el Gobierno hoy prepara un nuevo proyecto, con una ampliación del subsidio, que elevaría su costo a casi US$ 1.200 millones por tres años y medio.

Algo similar pasó también con la tarifa del transporte público, que por años ha experimentado la reticencia de transparentar los costos reales del servicio, generando un costo fiscal significativo. La reciente recomendación del Panel de Expertos del Transporte Público de subir la tarifa en $ 20 se vio rápidamente acotada a la mitad, frente al temor por la reacción de un grupo pequeño, pero vociferante, que ha manifestado su oposición al alza.

Cuando las decisiones políticas solo miran los beneficios de corto plazo e ignoran deliberadamente los efectos de largo plazo, adquiere plena vigencia el dicho “pan para hoy, hambre para mañana”.

Es de esperar que no se mantenga esta tendencia a intervenir las señales de precios -que deben reflejar los costos reales-, ya que generan fuertes distorsiones en las decisiones de consumo e inversión que después son muy difíciles de revertir.

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