Editorial

Astronomía y Ministerio de Ciencia y Tecnología

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En los últimos años se ha venido hablando del potencial de Chile en los llamados “laboratorios naturales”: el desierto de Atacama, la Cuarta Región y el territorio sub antártico.

En concreto, la Cuarta Región posee uno de los cielos más limpios del mundo, lo que ha significado la instalación de grandes observatorios, como ALMA. Más aún, se prevé que a 2020 el 70% de la observación astrónomica esté en territorio chileno.

Frente a este auspicioso panorama cabe preguntarse qué está haciendo el país para aprovechar esta oportunidad. Las más avanzadas son las universidades, que desde hace unos diez años están investigando cómo proveer a esta industria. Un dato: la ACTI estima que las tecnologías para el sector podrían generar negocios por US$ 1.000 millones.

Está el potencial, hay investigaciones en curso, el capital humano va en aumento -en 25 años los astrónomos chilenos pasaron de 20 a 200- y los profesores se han triplicado en una década. Pero faltan recursos. Conicyt destina

$ 1.500 millones anuales y no es suficiente. Se requiere que el Ministerio de Ciencia y Tecnología canalice recursos públicos y privados para transformar a Chile en proveedor de astroingeniería y astroinformática de clase mundial.

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