Padre Hugo Tagle

Una terca esperanza

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Por: Padre Hugo Tagle | Publicado: Lunes 4 de julio de 2022 a las 04:00 hrs.
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El mito de la caja de Pandora cuenta de la que sería la primera mujer mortal, creada por Zeus para acompañar a Prometeo. Ella recibió como regalo una caja con la prohibición de abrirla. La curiosidad la venció y decidió hacerlo.

Para su sorpresa, la caja parecía vacía, pero de allí comenzaron a salir espíritus que representaban todos los males de la humanidad: enfermedades, guerras, envidias, odios, etc. Asustada, Pandora cierra la caja, pero queda dentro un último “mal” en la perspectiva del griego clásico: la esperanza.

“La esperanza es el aguijón que nos anima y mueve a levantarnos cada día, a dar lo mejor. No es un estado inerte o pasivo”.

En efecto, para el pensamiento helénico, la esperanza era una tragedia, otra desgracia. Un mal sentimiento que alimentaría ilusiones que nunca se hacen realidad; la desazón de perseguir algo que finalmente no se alcanza o que, alcanzado, frustra. ¿No es esperar estar siempre en falta de algo, carecer, desear lo que no se tiene, una perenne insatisfacción? Se espera por lo que no se tiene, y esto aumenta en nosotros la conciencia de nuestras carencias y miseria.

La esperanza, desde esa perspectiva, sería un estado de disconformidad, anhelando algo que no se va a dar nunca: una pura ilusión cuasi infantil. El ser humano, por su constitución, sólo podría presentir el todo a través de un inagotable sentimiento de “incompletitud”.

Pero ese no es el sentido de la esperanza, al menos en clave cristiana. A partir de Cristo, la esperanza es “certeza de futuro”, de algo que acontecerá, aunque ahora no lo veamos. “La esperanza cristiana es tener la certeza de que yo estoy en camino hacia algo que es y no lo que yo quiero que sea”, nos dice el Papa Francisco. La plenitud humana es justamente ese “ser por hacerse”, nunca completos, pero camino a la felicidad que encontraremos en el Cielo. “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, dice San Agustín.

Paradojalmente, ese sentimiento de “insuficiencia” asociado a la esperanza es acicate para el cambio, progreso, desarrollo social y personal. Es el aguijón que nos anima y mueve a levantarnos cada día, a dar lo mejor de nosotros. No es un estado inerte o pasivo. No sirve solo decir: “Tengo esperanza en que las cosas mejoren” y no hacer nada para que se produzca ese cambio. No es un juego de luces, pura ilusión: es abordar la vida con las dos manos, lanzarse a la aventura de construir a partir del realismo vigorizante que ella le inyecta a todo proyecto de vida; el que nos permite emprender, levantarnos si caemos, corregir errores. En tiempos complejos, haremos bien en reanimar esa esperanza latente que anima y fortalece.

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