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Columnistas

Una nueva prueba griega para Europa

Por: Equipo DF

Publicado: Martes 1 de octubre de 2013 a las 05:00 hrs.

Durante el último año resultó fácil perder de vista la crisis de la deuda griega. Llena hasta el borde de fondos oficiales, Grecia parecía camino a recuperarse. Si bien los planes de privatización se demoraron, los griegos obtuvieron buenas notas por redoblar la austeridad fiscal. En un verano europeo de silencioso triunfalismo, las expectativas cada vez menos exigentes fueron fáciles de satisfacer.

Pero Grecia va camino a poner nuevamente a Europa a prueba, seriamente.

La crisis griega fue espectacularmente enorme. Una vez que se reveló que sucesivos gobiernos habían logrado déficits fiscales y desequilibrios económicos colosales a fuerza de engaños, Grecia perdió el acceso a los mercados internacionales de bonos. Desde 2010, el país ha dependido de fondos de rescate oficiales de magnitud inaudita. Pero, como los acreedores de Grecia -el Fondo Monetario Internacional y gobiernos europeos- malinterpretaron los desafíos que el país enfrentaba, al rescate meramente retrasó la inevitable cesación de pagos de la deuda soberana y causó que la economía griega se contrajera bruscamente, intensificando el dolor.

La esperanza era que en última instancia los griegos se hicieran cargo de su propia responsabilidad. Eso nunca fue realista. La crisis griega siempre estuvo destinada a traspasar las fronteras internacionales, la pregunta era quien compartiría el costo.

Hoy, la punta de lanza de ese desenlace es la inminente decisión sobre la próxima ronda de ayuda a Grecia, que amenaza con romper el molde en términos de escala de las condonaciones de deuda oficial, desafiar el supuesto aislamiento del FMI contra la cesación de pagos y alterar fundamentalmente el marco legal de la zona del euro.

La conclusión de que Grecia necesitaba créditos oficiales para pagar a sus acreedores privados garantizó que se mantuviera el gran volumen de su deuda y obligó a los líderes de la zona del euro a exigir una austeridad fiscal que debilitó a la economía. El año pasado resultó claro que Grecia no podría devolver el dinero a sus acreedores oficiales en los términos acordados. Pero el plan europeo de condonación de la deuda, a pesar de su minucioso diseño, era falaz. La prolongada reducción de las tasas de interés y la extensión de los vencimientos para los pagos solo sirvieron para prolongar las dificultades griegas.

Hasta el momento, Grecia no ha devuelto casi nada de los 282 mil millones de euros (US$ 372 mil millones) que recibió en créditos desde 2010. Y las cosas incluso pueden empeorar. Algunos analistas afirman que, debido a las garantías de la deuda incurridas por las corporaciones públicas, las obligaciones del gobierno griego son aún mayores. Para salir de este laberinto, Grecia necesita un perdón masivo de su deuda.

Pero hay un giro inesperado. Virtualmente todos los pagos por la deuda exigibles durante los próximos años corresponden al FMI, cuya clasificación como acreedor preferencial garantiza que se le pague primero. Como Grecia está quedándose rápidamente sin efectivo, primero tendrá que tomar más créditos, ya sea de sus vecinos europeos o del propio FMI. Si el FMI relajara los términos en sus créditos a Grecia probablemente enfrentaría fuertes protestas por parte de sus deudores menos solventes y se arriesgaría a comprometer su situación como acreedor preferencial, un resultado que ni siquiera la inactiva Junta de Gobernadores del Fondo probablemente aceptará. Por ese motivo es probable que los gobiernos europeos presten más dinero, aún sabiendo que no lo recuperarán.

Por cierto, siempre existe la posibilidad de que la situación cada vez más grave de Grecia finalmente catalice la creación de un fondo de rescate paneuropeo democráticamente legítimo que proporcione alivio automático e incondicional a los países en dificultades. La Unión Europea se vería entonces transformada en una verdadera Federación, los Estados Unidos de Europa. Ese sería un triunfo para el proyecto europeo.

Dada la improbabilidad de tal resultado, los europeos deben prepararse para otro brote de agitación política y legal. La Europa que emerja de él podría ser, para bien o para mal, muy diferente de la Europa actual.



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