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Columnistas

Un gran hombre

Hace cerca de 100 años nació en Cracovia un personaje histórico que vale la pena recordar. Fue jefe de Estado por 26 años, poeta, esquiador, eximio ajedrecista, y dramaturgo...

Por: Equipo DF

Publicado: Miércoles 4 de mayo de 2011 a las 05:00 hrs.

Hace cerca de 100 años nació en Cracovia un personaje histórico que vale la pena recordar. Fue jefe de Estado por 26 años, poeta, esquiador, eximio ajedrecista, y dramaturgo. Su importancia en la caída del comunismo en Polonia, y con posterioridad en la caída del muro de Berlín, fue fundamental, y persistió en su búsqueda de la paz mundial aún después de que intentaron asesinarlo.



Pero no sólo tiene una gran importancia para la historia europea y mundial, sino que también para Chile. Gracias a él nuestro país evitó una guerra inminente con Argentina en 1978. Y no se trata de un presidente o de un general. En realidad estamos hablando del 264° Papa de la Iglesia Católica, recién beatificado: Juan Pablo II. Su figura es fundamental, tanto para creyentes como no creyentes, y su importancia histórica es innegable.

Fue autor de 14 encíclicas y mientras en Chile se jugaba el Mundial del 62, él tuvo un rol crucial impulsando el Concilio Vaticano II. Frente a tamaña figura, muchas son sus enseñanzas, y resultan inabarcables en menos de un libro. Pero hemos querido recordar una respecto a la prosperidad.

Mucho se discute en Chile de cómo llegar a ser un país desarrollado, y de cómo hacer crecer el PIB, con argumentos técnicos. Y no está mal, pero conviene recordar las palabras de Juan Pablo II en su discurso de 1987 en la Cepal, respecto del desarrollo de los países, en donde el énfasis lo centra en la persona humana: “Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo largo de la historia. Ellas residen en una constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio, cumplimiento de la palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho. Ningún sistema o estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza al margen de estas virtudes; a la larga, tanto el diseño como el funcionamiento de las instituciones reflejan estos hábitos de los sujetos humanos, que se adquieren esencialmente en el proceso educativo y conforman una auténtica cultura laboral”.

Ojalá podamos, recordando a Juan Pablo II, aplicar estas palabras, por el bien de Chile y de su gente. El desarrollo parte desde el hombre mismo y debe terminar en él.

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