Puedes averiguar mucho sobre una empresa cuando visitas sus baños
Pilita Clark
- T+
- T-
Pilita Clark
Durante los últimos dos meses, he dejado de hacer algo en el trabajo que pensé que siempre haría: descargar el inodoro.
Tampoco lo hacen los demás en el elegante edificio de oficinas de Londres a dónde se trasladó el Financial Times en mayo. No podemos hacerlo; no existe un botón que presionar. No hay uno de esos sensores que puedas activar al pasarle la mano. En vez, hay otro tipo de dispositivo detector que calcula de manera astuta cuando hace falta descargar el inodoro y realiza el proceso sin intervención humana.
Ésta es sólo una de las nuevas características en una oficina llena de escritorios sentados y de pie, y grifos de cocina que producen agua con gas o sin gas y hervida. También tenemos esos lujosos inodoros Toto que tienen asientos con calefacción y chorros de agua (somos propiedad de la compañía de medios Nikkei de Japón). Pero nada de esto ha provocado tanta discusión como la característica de autodescarga de los inodoros.
“Tienen una mente propia”, balbuceó un colega el otro día, expresando una preocupación común sobre la dificultad de saber exactamente cuándo se activará el sensor automático, y el miedo de que no se active. La búsqueda del botón de descarga inexistente ha resultado especialmente molesta: un colega tiró de un cable rojo de aspecto prometedor, y se horrorizó al descubrir que activó una alarma y luces intermitentes. Otra pulsó lo que pensó que podría ser el botón correcto y recibió un chorro de agua en la cara.
Éstos son el tipo de cosas que sólo suceden una vez y, en comparación con otros dilemas de la oficina, son pequeñas. Entonces, ¿por qué nos importan tanto? ¿Cómo puede un poco de automatización causar tanto malestar en el baño?
Siempre pensé que el baño de la oficina era más importante de lo que uno podría pensar y la semana pasada encontré algunas investigaciones que respaldan mi corazonada.
Hace algunos años, investigadores de la Universidad de California, Berkeley y la Universidad Estatal de Portland estudiaron lo que dijeron los trabajadores en 192 oficinas de EEUU cuando les pidieron comentar sobre su área de trabajo personal o el edificio donde desempeñaban sus labores. Como era de esperarse, las comodidades básicas eran muy importantes. Los trabajadores se quejaron de temperaturas impredecibles del aire acondicionado, la comida aburrida de la cafetería, falta de iluminación, pocos lugares para comprar café, ruidos molestos y ascensores lentos.
Pero el tema principal fueron los baños, específicamente los que estaban sucios, olían mal, demasiado lejos de los escritorios, tenían poco flujo de agua o lo que el estudio denominaba “problemas con los productos de papel”, como los dispensadores de toallas demasiado llenos.
Los investigadores admitieron que estos comentarios pueden parecer irrelevantes o triviales. “Pero un baño es una comodidad básica y, por lo general, el lugar más privado en el trabajo”, dijeron. “Parece ser tanto un imán para las quejas como un nexo para juzgar la consideración y sensibilidad de los arquitectos y diseñadores, el personal de mantenimiento y las organizaciones que los emplean”.
Esto me parece lógico, y quizás también a Donald Trump. Después de que el presidente de EEUU se mudó a la Casa Blanca, el New York Times informó que le encantaba dar visitas guiadas del edificio a los visitantes y que tenía “una extraña afinidad por presumir a los baños, incluyendo uno que renovó cerca de la Oficina Oval”.
Nuestro interés instintivo en tales asuntos apoya otra de mis teorías, que sustenta que puedes averiguar mucho de una firma cuando visitas sus baños.
Los baños en el elegante edificio que construyó el multimillonario Michael Bloomberg para su grupo de medios del mismo nombre en Londres utilizan un sistema de vacío como los de un avión. En Westminster, los diputados y empleados comparten democráticamente los baños, aunque un informe de la semana pasada sobre el acoso personal en la Cámara de los Lores citó afirmaciones de una cultura “feudal” en la que algunos baños estaban designados para el uso exclusivo de los ‘pares’.
La opulencia de algunos baños también puede plantear problemas. Como mi colega, Patrick Jenkins, informó el mes pasado, cuando el nuevo presidente del banco Barclays, Nigel Higgins, asumió formalmente su nuevo cargo, rápidamente redujo la grandiosa oficina ejecutiva de su predecesor, John McFarlane. En su lugar surgió una sala de conferencias y el futuro del baño privado parecía sombrío hasta que se supo que la renovación podría ser “autodestructivamente costosa”. Todo lo cual demuestra que, en lo que se refiere a esta habitación tan privada, nunca puedes perder de vista el resultado final.