La inteligencia artificial no funciona si no muestra inteligencia real
Pilita Clark
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Pilita Clark
Nadie me ha pedido que nombre al empleado más incompetente en Financial Times, pero si alguna vez lo hacen, podré responder con facilidad. El más tonto es un recién llegado que tiene un solo trabajo: anotar todos los mensajes telefónicos de nuestra oficina para que podamos ver quién ha tratado de llamarnos sin tener que escuchar todo el correo de voz.
He recibido siete de estos mensajes: “Rompe Silicon Valley, Natalie”, decía uno. “Soy un usuario de música para alcanzar audiencias”, decía otro que supuestamente era de alguien llamado Nicholas, pero el texto era tan incoherente que era casi incomprensible.
Mis colegas han recibido mensajes aún más incoherentes. A uno le dijeron que tenía uno de una persona que había dicho que estaba “trabajando con el ruso” y que “me asesinaron”.
Si un humano hubiera producido estos horrorosos resultados, lo hubieran despedido inmediatamente. Este culpable no tiene por qué temer. Es, por supuesto, un programa computacional o, para ser precisos, parte del nuevo sistema telefónico por Internet del FT. Y su ineptitud me da satisfacción. Ha convertido algo tan mundano como un mensaje telefónico en una fuente involuntaria de alegría en la oficina. Mis colegas se han deleitado en tratar de superarse mutuamente con las idioteces del último mensaje.
Cada uno de estos ejemplos cambia, como vemos los estudios que sugieren que hasta 7% de los empleos en EEUU están en riesgo de ser automatizados. La amenaza de la inteligencia artificial no es muy preocupante cuando te encuentras con un computador que no muestra signos de inteligencia.
Obviamente, esto probablemente cambiará, pero tal vez de una forma positiva. Algunos computadores que transcriben el habla están aprendiendo a ser más inteligentes. En realidad quisiera que se dieran prisa. He pasado gran parte de mi vida como periodista tediosamente escuchando entrevistas grabadas. Me encantaría que un programa de computadora se pudiera encargar de esto, si alguna vez pudiera encontrar uno en el que pudiera confiar suficientemente para hacerlo.
Esto destaca un punto más amplio sobre los seres humanos y la automatización: tratar de hacer que un computador actúe como una persona es claramente mejor que lo contrario.
Tratar a los trabajadores como robots es, por desgracia, un problema que siempre ha existido. Sin embargo, a medida que las expectativas de los empleados cambian y el uso de las redes sociales aumenta, los empleadores con lugares de trabajo “tóxicos” están siendo expuestos más rápidamente.
En febrero, los gerentes de un hospital de Sídney, Australia, se enfrentaron a la indignación pública después de que un médico en práctica escribió un blog que reveló que había renunciado después de estar de turno durante 180 horas seguidas, en un trabajo que la había dejado con privación crónica del sueño y sintiéndose “derrotada”.
El año pasado, el banco de inversiones Moelis & Co captó titulares cuando se reveló que un banquero había enviado un correo electrónico a las 12:30 am al personal subalterno quejándose de que al caminar por la oficina de la firma en Nueva York sólo había encontrado a 11 de ellos en sus escritorios a esa hora.
Este mes comenzó un caso judicial en Francia que probablemente provocará una ira más amplia. Orange, la compañía de telecomunicaciones, está en juicio por reclamos de que los recortes de empleos y la reestructuración que realizó hace una década causaron 19 suicidios, 12 intentos de suicidio y ocho casos de depresión grave. Los gerentes lo niegan enérgicamente y el caso es, en cierto modo, particularmente francés, ya que una ley de “hostigamiento moral” permite que se puedan llevar a cabo acciones legales de ese tipo.
Sin embargo, sospecho que se observará de cerca en otros países, porque involucra acusaciones que sonarán conocidas para las personas sometidas a la incertidumbre y el estrés de la reestructuración de las empresas. Los trabajadores tuvieron que soportar control “excesivo”, según los informes de la acusación. Algunos fueron asignados a “tareas desmoralizadoras”. No les proporcionaban suficiente entrenamiento. Los empleados se sentían aislados o intimidados. Una nota de suicidio de un empleado dijo que había habido un sentido permanente de urgencia y “administración por terror”.
En resumen, los trabajadores presuntamente fueron tratados como si no fueran mucho más que máquinas.
La gran pregunta con respecto a los empleos del futuro es si las máquinas harán que un día en la oficina sea mejor, peor o inexistente. Me gustaría pensar que prevalecerá la sensatez, pero no estoy segura. Mientras escribo, un colega ha enviado noticias de otro mensaje telefónico. “Sólo quiero dejarle saber”, dijo una persona, refiriéndose una apelación judicial, que “hemos perdido un par de pantalones”.