Ojo con el chismorreo
Padre Hugo Tagle En twitter: @hugotagle
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Padre Hugo Tagle
El cuento es viejo. Se le atribuye a San Felipe Neri. Cuenta la historia que una mujer le confesaba frecuentemente hablar mal de los demás. San Felipe Neri le preguntó: “¿Te sucede con frecuencia hablar mal del prójimo?” “Muy a menudo”, respondió ella. “Pues bien, le dijo el santo, como penitencia, rompe una almohada de plumas y luego, recógelas”.
A la buena mujer le pareció fácil y a su vez curiosa la exigencia. Pero lo hizo así. Al poco rato, se dio cuenta de la imposibilidad de recoger todas las plumas. Se lo comentó al santo. San Felipe le respondió: “¿Ves el efecto de los chismes? La maledicencia y calumnia son un daño que, por mucho que se quiera corregir, resulta casi imposible hacerlo. Trata, por tanto, de no hablar nunca mal de la gente.”
Hace unos días, el Papa Francisco dio varios consejos para combatir el chismorreo y maledicencia. Antes de juzgar, nos dice, haremos bien en mirarnos al espejo y hacernos un examen de conciencia. Preguntémonos si lo que criticaremos en otros no lo vivimos nosotros también. ¡Criticar los defectos de los demás no disminuye los propios!
Segundo, recordemos nuestras propias faltas. Tomar conciencia de los propios errores lleva a ser más comprensivo, tolerante, empático, con los demás.
Tercero, siempre es bueno contar hasta 10, respirar profundo, antes de emitir un juicio sobre los demás. Así se evita una sobrerreacción, atarantarse, y permite pensar mejor lo que se va a decir. ¡Muérdase la lengua si es necesario! Es muy cierto eso de: “Uno es dueño de sus silencios, pero esclavo de sus palabras”.
El Papa invita a poner en la oración lo que queremos decir. Si usted va a dar un discurso, participar de una entrevista, o es invitado a una tertulia, implore al Espíritu Santo para que le regale el don de la sabiduría, prudencia y buen criterio. Busque el lado positivo de las personas, nos dice Francisco. Siempre habrá algo bueno que podemos destacar.
El Papa nos recuerda ser discretos en preservar los secretos confiados por los otros. Aunque sea algo menor, si se nos ha contado algo con discreción, no podemos ventearlo sin expresa autorización. Es fácil perder la confianza y difícil construirla. Para los católicos, va bien confesarse regularmente de los “pecados de la lengua”, esos que destruyen la paz, alegría y unidad entre las personas.
Por último, hágase amigo del silencio y la contemplación. El exceso de palabras nos termina ahogando. “Palabras sacan palabras” y “quien mucho explica, se complica”. Fuimos creados más para escuchar, que para hablar.