Equidad versus igualdad
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Pablo Correa
Hace casi quince años en plena campaña presidencial, el entonces candidato Ricardo Lagos llamaba a construir un programa para “Crecer con igualdad”. Mi lectura entonces fue, por decirlo de alguna manera, dinámica, de movimiento. Con la teoría del “chorreo” sufriendo de un desgaste significativo, el nuevo planteamiento era a no esperar que el crecimiento se desparramase desde arriba hacia abajo, sino a generar un modelo de políticas públicas y acciones privadas que involucrara a todos los ciudadanos y los pusiera en movimiento. En una imagen, era como si el crecimiento fuera a buscar a cada uno de nosotros y nos hiciera partícipes de él, o en otras palabras, que este crecimiento fuera para todos… y con igualdad.
Al analizar la discusión sobre los proyectos de políticas públicas que actualmente se están discutiendo de cara a una nueva carrera presidencial, me da la impresión que el foco ha cambiado. Ahora se trata de una perspectiva mucho más estática, en la cual el cómo llegamos es menos relevante, y donde lo central es que todos lleguemos al mismo lugar, y exigiendo que sea el Estado quien garantice esa llegada. A esto, muchos le llaman “abogar por la igualdad”. Pero, ¿por qué quisiéramos llegar todos al mismo lugar? No hay nada más claro que el hecho de que todos somos distintos en preferencias, habilidades, intereses, esfuerzo, etc. Entonces, ¿es ese el bien que el Estado debiera garantizar? Creo que hay un error de concepto.
En mi opinión, el bien a proteger o garantizar es la equidad. Equidad que participa de la virtud de la justicia, que en la definición Aristotélica más pura corresponde a dar a cada uno lo suyo, en mérito de sus necesidades y de su esfuerzo. En otras palabras, garantizar que nuestra sociedad sea justa en sus tratos… y también en sus repartos.
Respecto a los tratos, podríamos usar prácticamente como sinónimos equidad e igualdad. Queremos que a todos nos den el mismo trato, imparcial, sin privilegios que estén asociados a características de nuestra persona. El caso más gráfico es la equidad de género. Y es evidente que el Estado tiene un rol a cumplir en esta materia, partiendo por su trato a los ciudadanos. Tanto las leyes como los valores implícitos en la gestión del Estado debiesen tener la equidad de trato siempre presente.
Respecto al segundo punto, equidad en sus repartos, no podríamos jamás pensar en igualdad como un sinónimo. Porque es importante recordar que la equidad tiene dos componentes: la necesidad y el esfuerzo personal. Y es evidente que las necesidades no son iguales para todos. Desde la cuna misma la cancha puede estar desnivelada. El esfuerzo personal, el trabajo, la forma en que ejercemos nuestras libertades tampoco son iguales. Por lo mismo, pretender que el Estado garantice igualdad de reparto es violar en estos aspectos la equidad. Por otra parte, que el Estado me prive de recibir lo justo, lo que me corresponde producto de mi esfuerzo también es una violación a la equidad, ya que esta es similar a la justicia distributiva, sólo que por necesidad y mérito.
Lamentablemente, los conceptos se confunden (incluso la RAE las trata como sinónimos en el lenguaje coloquial) y las políticas públicas que surgen para dar vida a los objetivos detrás de esos conceptos también lo hacen. Esto no es algo nuevo. Desde la primera internacional comunista que los colectivistas de Bakunin se separan de los libertarios por la visión que tenían sobre el rol del Estado.
¿Debemos recibir más o menos? ¿En función de la necesidad o del mérito? La respuesta para estas dos preguntas es la misma: ambos. Eso es equidad. Tengámoslo presente a la hora de esbozar los proyectos políticos y las políticas públicas que determinarán el camino de nuestro país en las próximas décadas. No habrá decisión más importante que ésta: cuál es el rol del Estado y cuál es el bien a ser garantizado, y definirá no sólo el tipo de organización económica que tendremos, sino qué tipo de sociedad estaremos construyendo.