¿Chilenos extractivos o inclusivos?
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Pablo Correa
Mientras “Cincuenta sombras de Grey”, el libro más vendido en el mundo durante el año 2012, hacía noticia, ilusionaba o sonrojaba a miles de mujeres, se editaba un libro que si bien no estuvo entre los más vendidos, fue una de las grandes publicaciones ese año. Titulado “Why nations fail”, Daron Acemoglu y James Robinson, dos economistas y profesores norteamericanos, proponían una tesis para explicar el origen de la prosperidad y la pobreza.
La idea principal, y por supuesto sumamente resumida, es que el crecimiento económico no está determinado ni por elementos geográficos, culturales, religiosos o por políticas comerciales, sino por las instituciones políticas de las naciones. A diferencia del materialismo histórico, un elemento clave de la superestructura, como lo es su institucionalidad política, es lo que determina la base económica, y con ello la prosperidad al menos material, y no al revés.
Es provocativo, en un país como el nuestro, donde la abstención electoral es cercana al 50% y los partidos políticos junto con el poder legislativo tienen bajísimos niveles de confianza y aprobación ciudadana, considerar que si queremos efectivamente alcanzar los niveles de bienestar asociados a un mayor PIB per cápita, el foco central no debe ser la economía, sino la institucionalidad política.
Para los autores existen básicamente dos tipos de modelos. Uno sería del tipo “extractivo”, donde un pequeño porcentaje de la población o grupos de interés crean sistemas económicos basados en capturar la riqueza. El segundo es un esquema donde el gobierno trata de ser lo más inclusivo posible y así disminuir la “explotación”. Si bien puede que la tesis tenga un sesgo de selección y en la mayoría de los ejemplos la dirección de la causalidad es difícil de determinar, sí se proponen una serie de elementos interesantes.
El primero es que la institucionalidad política no por tratar de ser inclusiva debe dejar de ser fuerte y con un gobierno central potente. Por el contrario, es clave que el Estado entregue una serie de servicios básicos como el respeto de los contratos y propiedad privada, la justicia y… la educación. El segundo es que sólo un esquema inclusivo puede generar un proceso de competencia creativa que constantemente incremente la productividad del país (“mueva” la frontera de posibilidades). Como contraparte, argumentan que dado lo miope que tendemos a ser al analizar los ciclos históricos, podemos perfectamente quedar atrapados en un modelo extractivo que provee de crecimiento mientras la nación se encuentra en las etapas iniciales de crecimiento.
Pero tal vez el punto que más vale la pena destacar es que el contar con una institucionalidad inclusiva no garantiza el éxito, ya que la historia está llena de ejemplos donde la destrucción del sistema político por parte de un pequeño grupo de personas -muchas veces gatillados por procesos aleatorios- terminan transformándolo en un sistema extractivo. En muchos casos esto está vinculado a la generación y mantención de monopolios, ya sean estatales o privados, tan comunes en nuestra América Latina. Luego, es clave construir una institucionalidad política fuerte, capaz de proteger el pluralismo y evitar la inclusión del populismo o de los monopolios de las élites.
Si para mucho casos se aplica el famoso dicho de It’s the economy stupid! creo que al final del día, todo parece ser política. Al haber conflictos entre “extractivos” o “inclusivos” durante toda la historia, el resultado se ha ganado en la arena política. El ejemplo más triste probablemente ha sido el de la República de Weimar. Es por eso que en el ciclo actual en que se encuentra el país, si bien es clave discutir y actuar en materias como la energía, la productividad o la reforma previsional, es aún más determinante cuidar a las instituciones políticas, de las que nos hemos enorgullecido que “funcionan”. Ciudadanos desconectados de sus representantes, la pérdida del espíritu cooperativo y la polarización dejan a las democracias en las manos del populismo o del secuestro del Estado por una élite, cualquiera sea el nombre de ésta.