Alumnos de cuatro
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Pablo Correa
Ante la mayor certeza de que el escenario económico en los próximos trimestres será menos benigno, es clave darse el tiempo para analizar cuáles fueron los determinantes de las recientes altas tasas de crecimiento y al mismo tiempo, reflexionar acerca de si son o no sostenibles en el tiempo, más allá del propio ciclo.
Una primera conclusión es que Chile fue capaz de mantener altas tasas de inversión en un contexto económico externo negativo. Esto fue producto del acceso público y privado a fuentes de financiamiento estable y barato, en conjunto con un shock positivo en expectativas que reflejaban las buenas perspectivas en sectores específicos de nuestra economía. Lograr lo descrito anteriormente no fue fortuito, sino el resultado de un marco macroeconómico que ya no se cuestiona y que pasó a ser parte del “ADN” nacional: una política fiscal responsable, disciplinada y contra cíclica; una política monetaria clara, autónoma, creíble y flexible; la apertura de nuestra balanza de pagos, y un sistema financiero bien regulado. Estos cuatro pilares representan los cimientos de nuestro modelo económico.
La pregunta es, ¿por qué entonces, si este marco no ha cambiado, no se puede “garantizar” una tasa de expansión de la economía que sea persistentemente mayor a, digamos, un 4%? ¿Es este nuestro potencial y no más? ¿O es que esta vez el ciclo externo tendrá una dimensión distinta, y que los canales de transmisión afectarán más las dinámicas locales? Creo que la respuesta es una combinación de ambos elementos. Partiendo por el último factor, todo indica que en el futuro el escenario externo se caracterizará por menores términos de intercambio para Chile, lo que nos impactará junto con una situación de menores flujos de capital y condiciones de liquidez externas algo más restrictivas.
Pero esto es sólo una parte de la historia. El resto debe complementarse con la ausencia de reformas profundas que, de haberse realizado, habrían generado fuertes ganancias de productividad en sectores donde tradicionalmente teníamos ventajas competitivas, o bien habrían aportado con el desarrollo de nuevas actividades, específicamente en el sector exportador.
Lamentablemente, son pocos los avances que van en esta dirección. El incremento en productividad ha sido, en el mejor de los casos, leve. Esto se explica, en parte, por el alza sostenida en el precio de la energía y su efecto sobre los costos de producción, principalmente de la minería. Al mismo tiempo, los costos laborales se han incrementado muy por sobre la productividad laboral media. Por otra parte, el desarrollo de la infraestructura pública, después del gran impulso generado por la primera ronda de concesiones, ha mostrado avances bastante lentos, sobre todo en sectores determinantes para el potencial exportador, como es el sector portuario. Finalmente, el desarrollo y flexibilización de mercados, si bien ha tenido iniciativas emblemáticas como la agenda pro competitividad del Ministerio de Economía, sigue siendo tímido. Es clave avanzar en forma más agresiva en la digitalización del país, en la protección de la propiedad intelectual, en la penetración de los servicios financieros, entre tantas otras áreas.
Todas estas tareas serán difíciles de ejecutar en los plazos requeridos si antes no se avanza en un proceso mucho más crítico: la tan necesaria modernización del aparato estatal.
En tiempos electorales se discute sobre el alcance que debiera tener el Estado, pero poco se habla sobre lo determinante que es crear, en forma paralela, un Estado que sea eficiente, ágil y que promueva el servicio civil como carrera. Sobre todo, dicho Estado debiese generar instituciones que garanticen que tal como fuimos capaces de construir un marco macroeconómico con nota siete, podamos crear una regulación a nivel de mercados que también tenga ese estándar de excelencia.
Seamos honestos. Hoy, el Estado no se “saca” más que una nota cuatro.
Así, la Macro es una condición necesaria, pero no suficiente. Y sin competencia, sin regulación clara, estable y predecible, sin infraestructura de primer nivel, sin energía barata, sin un Estado moderno y eficiente, es difícil pensar en que efectivamente Chile sea un alumno de “seis o siete”. Por ahora, parece que nos quedamos raspando las notas azules.