Juan ignacio Brito

Milei y Boric: ¿madurez diplomática?

JUAN IGNACIO BRITO Profesor Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. Andes

Por: Juan ignacio Brito | Publicado: Miércoles 4 de diciembre de 2024 a las 04:00 hrs.
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Un número de señales emitidas desde la Casa Rosada sugiere que las cosas no andan del todo bien entre Chile y Argentina. Vistas de manera individual, no se trata de nada realmente grave; pero, apreciadas en conjunto, apuntan a una tensión sutil que debe ser superada a través de un ejercicio diplomático maduro.

El último episodio fue la ausencia del canciller argentino en la ceremonia vaticana para conmemorar la firma del Tratado de Paz y Amistad de 1984. Aunque en esa actitud se mezcló el vínculo tirante del Gobierno argentino con el Papa Francisco, fue explícita la molestia respecto de las palabras que pronunció el Presidente Gabriel Boric en la cumbre del Grupo de los 20, cuando refutó la defensa de la economía liberal que hizo su colega Javier Milei. Otros puntos de tensión tienen que ver con la intempestiva y breve visita que hizo Milei a Chile en agosto, ocasión en que no fue recibido por Boric, y un incidente en el sur que involucró la instalación “por error” de paneles de energía solar en territorio chileno. A esto se suma el impasse por las palabras de la ministra de Seguridad argentina, Patricia Bullrich, quien aseguró que Hezbolá operaba en Chile.

“Si Alfonsín y Pinochet estuvieron dispuestos a firmar un tratado inédito, no es entendible que dos Presidentes electos por el voto popular sean incapaces de dejar de lado su antipatía mutua y gestionar un acercamiento necesario”.

En el fondo de las desavenencias parece estar la notoria diferencia ideológica entre ambos Gobiernos y los mandatarios. El resultado es que Boric y Milei solo han hablado brevemente en tres oportunidades.

Buena parte del problema radica en la paradoja que representa Milei: pese a que usa a menudo un lenguaje agresivo e incluso insultante, tiene extrema sensibilidad a la crítica, especialmente cuando proviene de adversarios ideológicos. Al mismo tiempo, posee un exacerbado afán de protagonismo que lo lleva a recelar de cualquier liderazgo que lo cuestione. Son inclinaciones que afectan otros ámbitos, como la relación quebrada con su propia vicepresidenta.

Aunque asistió a la investidura de Milei, Boric también aporta lo suyo. En varias oportunidades ha recurrido a supuestos “problemas de agenda”, para no reunirse con dignatarios de signo político contrario. Durante la cumbre del G20, Boric aludió a ese motivo para darle un portazo a la italiana Giorgia Meloni. Con buena voluntad, el jefe de Estado chileno podría haberse juntado con Meloni (quien seguramente quería tratar la concesión de Enel), de la misma forma en que podría haberse hecho un espacio para recibir a Milei en agosto.

El canciller argentino explicó su ausencia en el acto en el Vaticano diciendo que, “a veces, las relaciones personales pueden tener tropiezos”. Pero la falta de química entre Milei y Boric no debería ser un factor que dificulte los vínculos entre Chile y Argentina. Si en 1984 líderes tan distintos como Raúl Alfonsín y Augusto Pinochet estuvieron dispuestos a que sus países firmaran un tratado inédito, no resultaría entendible que dos Presidentes electos por la vía del voto popular fueran incapaces de dejar de lado su antipatía mutua para gestionar un acercamiento necesario. Lo que cabría esperar es que ambos exhibieran madurez diplomática, hicieran a un lado sus gustos personales y abordaran los vínculos entre ambos países con perspectiva de Estado, fomentando la cooperación y poniendo cercanía allí donde hoy existe distancia. Es legítimo y natural que Chile y Argentina promuevan sus intereses; no lo sería que las preferencias individuales de cada uno de sus líderes provocaran que la relación perdiera cordialidad y se hiciera hostil.

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