Jorge Quiroz

Volver a crecer (o revisitar a Schumpeter)

Jorge Quiroz Socio Principal de Quiroz & Asociados

Por: Jorge Quiroz | Publicado: Martes 13 de junio de 2017 a las 04:00 hrs.
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Con la sola excepción de Estados Unidos, el desarrollo económico de la mayoría de los países puede explicarse por sólo 30 o 40 años de rápido crecimiento, unas dos generaciones de “buena racha”. Europa continental es un ejemplo. Hacia 1950, la mayoría de los europeos calentaban sus hogares con carbón, conservaban el alimento con hielo, y carecían, en una proporción relevante, de incluso las más rudimentarias formas de servicios sanitarios. Aún en países “avanzados”, como Francia, el porcentaje de población que tenía acceso a electricidad era tan bajo como aquel que prevalecía en Estados Unidos cuarenta años atrás. Sin embargo, en sólo treinta años, entre 1945 y 1975, Europa alcanzó, mayoritariamente, el desarrollo económico, triplicando su ingreso per cápita, reduciendo en un tercio su jornada laboral y alargando su expectativa de vida en casi veinte años. Una historia similar podría contarse de otros países como Japón o los “Tigres Asiáticos”: el salto al desarrollo tomó un periodo de sólo 30 o 40 años de crecimiento acelerado.

Lo que nos trae a Chile. También aquí, el ciclo de alto crecimiento fue una corta fase, aproximadamente los 30 años que van desde 1986 hasta 2013. En algo menos de tres décadas, pasamos desde niveles de bienestar similares a los que ostentan actualmente países como Bolivia o Angola, a los propios del “ingreso medio”. El problema, sin embargo, es que el crecimiento acelerado cesó antes de alcanzar el desarrollo: nos faltaron unos diez años. ¿Cómo volver a crecer?

Quizá revisitar a “Capitalismo, Socialismo y Democracia”, escrito por Joseph Schumpeter el año 1942 ayude. En dicha obra, Schumpeter, contrariamente al escepticismo prevaleciente –se venía recién saliendo de la “Gran Depresión”– aseguró que “si ahora siguiese el sistema su curso… es fácil ver que todos los deseos (de) todos los reformadores sociales… podrían cumplirse sin interferencia apreciable en el funcionamiento del régimen capitalista”. Tuvo razón. Los siguientes 30 años permitieron a Estados Unidos multiplicar su ya elevado estándar de vida y aumentar el bienestar general por casi cualquier métrica. Sin embargo, Schumpeter no era optimista respecto del futuro. Su pesimismo no devenía de lo que podía lograr el capitalismo, sino de si se lo dejaría funcionar, de ahí su prognosis condicional: “Si ahora siguiese el sistema su curso”.

¿Y qué podía impedir que el capitalismo “siguiese su curso”? La atmósfera hostil en su contra, liderada por “grupos interesados en estimular y organizar el resentimiento, en alimentarlo, hacerse intérpretes del mismo y conducirlo”. Ese grupo, según Schumpeter, eran los intelectuales. Se da la paradoja que es en la sociedad capitalista, liberal, donde el intelectual goza de la mayor libertad. Pero son los intelectuales, precisamente, el principal adversario del capitalismo. “Los intelectuales son… los que ejercen el poder de la palabra…, y una de las peculiaridades que los distingue… es la ausencia de responsabilidad directa en lo relativo a los negocios prácticos”.

El “descontento social” del que hablan los medios hoy en día, que se contrapone con las encuestas donde se le pregunta derechamente a la gente si se siente feliz, deviene de la influencia de nuestros intelectuales. Éstos, mayoritariamente de izquierda, se han tomado el discurso, generando un ambiente hostil al crecimiento económico, que no puede ser sino capitalista porque, para decir las cosas como son, no se le conoce bajo otro apellido.

Pero el discurso anti capitalista ha penetrado todas las esferas. Ni la derecha se atreve hoy a llamarse capitalista, como si en ello hubiera una vergüenza inconfesable. Y nuestra izquierda social demócrata tampoco se atreve a defender el enorme progreso logrado antes de la actual administración, como si en ello hubiera algo perverso. Han sido derrotados por la retórica.

¿Puede Chile volver a crecer? Desde luego: lo tiene todo para hacerlo. Lo que falta es coraje para volver a decir las cosas por su nombre.

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