¿Educación de calidad o de igualdad?
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Guillermo Tagle
Dos "caricaturas" marcaron el inicio del programa del actual gobierno y que quedarán grabadas en la historia política: la "retroexcavadora" en el diseño de las reformas, y la idea de "bajar de los patines" a los estudiantes que avanzaban más y mejor que sus prójimos.
En tiempos que se daba por descontado el crecimiento y en que lograr igualdad en las condiciones de vida de los chilenos era un objetivo con valor absoluto, se acuñó y prometió gratuidad universal en la educación superior como un derecho social básico al que todos los estudiantes podrían acceder.
Hoy da la impresión de que la promesa de gratuidad universal se hizo basada en una ideología, sin hacer el análisis concreto respecto de la factibilidad de cumplirla, sin considerar el principio básico de "costo de oportunidad", sin considerar que cumplir la promesa implicaría guardar en el cajón del olvido otras necesidades de urgencia social: niños en situación vulnerable, educación pre escolar y escolar precaria, ancianos no valentes, un mejor sistema de salud, los que no tienen casa, o aquellos cuyas pensiones no alcanzan para vivir.
Entre todos esos grupos en condición de necesidad social urgente se decidió dar prioridad a un sector relativamente privilegiado, como es el de estudiantes que completan su educación media, que están calificados para acceder a educación superior y tienen posibilidades relevantes de trabajar y acceder a rentas de al menos la mitad superior de lo que pueden lograr trabajadores calificados y profesionales chilenos.
En un contexto donde había muchos puntos de acuerdo universal, se optó por un camino complejo, tortuoso. En Chile es de aceptación universal que hay que proveer recursos y financiar educación superior de calidad a todos quienes tengan necesidad y talentos y no pueden pagar. También es de universal aceptación que el Estado tiene que buscar formas razonables de conseguir fondos (con un sistema tributario eficiente y efectivo) para lograr este objetivo, sin sacrificar la política de equilibrio fiscal. También había acuerdo en que el Estado debía mejorar sus capacidades de supervisión de las instituciones que proveen educación. Era de aceptación universal que las instituciones que hicieran mal su trabajo debían ser sancionadas y hasta excluidas. Era de aceptación que el Estado debía involucrarse en proveer educación en todos los niveles, y que para ello debía fortalecer y mejorar las instituciones existentes y crear nuevas en las regiones o especialidades en que fuese necesario.
Habiendo tantos puntos de acuerdo, ¿cómo llegamos a una situación tan compleja, donde se propone una reforma que no logra aceptación de casi ninguno de los involucrados?
El sistema de educación superior desarrollado en Chile en los últimos 30 años podía tener deficiencias, podía requerir mejoras importantes, pero había logrado un cambio fuertísimo en la capacidad de facilitar el acceso en un espectro muy amplio de carreras, categorías y regiones. El sistema había logrado motivar a entidades de diversa índole (con y sin fines de lucro), chilenos y extranjeros, a realizar inversiones en infraestructura para proveer educación, de una categoría y dispersión geográfica como jamás se habría logrado si esto hubiese tenido que ser realizado sólo por el Estado. Por último, con bemoles, nuestro sistema de había logrado estándares de calidad y reputación internacional, motivando a estudiantes de la región a venir a instituciones chilenas.
En este contexto, proponer un cambio tan estructural con tan poca aceptación resulta incomprensible. La propuesta de reforma elimina los incentivos para que actores del mundo privado puedan participar en esta actividad, hace difuso el futuro para quienes hoy se dedican a ella, y no logra garantizar el cumplimiento de la promesa de gratuidad universal. El único propósito que genera cierta expectativa de ser logrado es "bajar de los patines" a los estudiantes privilegiados.
Tal vez vamos a lograr igualdad, pero nada hay a la vista, que pueda proveer calidad. Menos, resolver el problema en que nos hemos visto envueltos.