Grandes consecuencias de débiles prácticas gerenciales
El descubrimiento de los problemas de La Polar, intuidos desde hace bastante tiempo...
El descubrimiento de los problemas de La Polar, intuidos desde hace bastante tiempo entre los insiders de la industria de retail financiero, está levantando una serie de cuestionamientos. Si las compañías abiertas en bolsa debieran tener un accionista controlador para asegurar un correcto y adecuado funcionamiento; si las sociedades anónimas abiertas podrían no ser tan bien manejadas cuando no existe un accionista mayoritario; o que los miembros del directorio de una compañía como La Polar no tenían conocimiento de lo que hacía el equipo gerencial.
Pero la gran mayoría de las compañías más exitosas del mundo no tienen un accionista controlador. Si miramos las 500 más grandes, en diferentes sectores, observamos una malla accionaria dispersa, con miles de accionistas, individuales e institucionales. Existen también ejemplos de grandes compañías en el mundo, que a pesar de tener accionistas mayoritarios controladores vivieron dramáticos casos de destrucción de valor, porque no fueron capaces de establecer sólidos gobiernos corporativos y no crearon buenas estrategias de negocios.
Por ello, la reflexión no debe hacerse sobre la necesidad de tener o no un accionista controlador para asegurar que las cosas sean bien hechas. El caso de La Polar muestra una situación donde la raíz del problema difícilmente puede encontrarse en la responsabilidad de un solo ejecutivo o un área en particular. Más bien las razones tienen que ver con dos factores clave: las débiles prácticas gerenciales de la compañía y la gran fragilidad de su gobierno corporativo.
Claramente hubo malas prácticas en el área de productos financieros, donde se hicieron groseras refinanciaciones a los clientes de tarjetas, pero también han quedado en evidencia débiles prácticas a nivel de toda la compañía: en control de gestión, pues debía estar claro para todos que los ingresos contabilizados por estas reprogramaciones eran de dudosa calidad; del área de contraloría, que no fue capaz de identificar en su panel de control la gran vulnerabilidad que se estaba generando; débiles prácticas del Comité de Auditoría del directorio que no se enteró de lo que pasaba en la operación de tarjetas, o si lo hizo no implementó aparentemente ningún plan para remediarlo; y también débiles prácticas del Comité de Gerencia, donde se discute el desarrollo y la salud del negocio.
La deuda promedio por tarjeta en La Polar durante los últimos cuatro años creció de $400.000 a $1.500.000. El directorio no interpretó ninguna de las múltiples alertas que los números de la empresa arrojaban.
La situación que vive La Polar debiera servir de lección para todas las compañías que hacen fila para abrirse a la bolsa, y también para aquellas ya consolidadas. Lo mismo para los reguladores, firmas auditoras y clasificadoras de riesgo. Las buenas prácticas y un sano y efectivo gobierno corporativo son un must para preservar la verdadera calidad del negocio de una compañía y la equidad con sus accionistas, trabajadores y clientes.