Estamos en un período de estancamiento contra el cambio climático
Pilita Clark
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Pilita Clark
La semana pasada, el término “transición energética” se mencionó más de 3.000 veces en noticias, comunicados de prensa y trabajos de investigación. Cifras como ésta, procedentes de la base de datos de noticias Factiva, bastan para hacernos pensar que el mundo se está alejando finalmente de forma decisiva de los combustibles fósiles, que han sido dominantes durante décadas, hacia un sistema energético más limpio y ecológico. Pero no es así.
El petróleo, el gas y el carbón representaron el 81,8% de la combinación energética mundial el año pasado —casi lo mismo que el 82,3% en 2021—, según datos del Instituto de Energía (EI, por sus siglas en inglés). Este porcentaje es apenas inferior al 85% que tenían los combustibles fósiles en 2015, cuando se alcanzó el Acuerdo de París sobre el cambio climático, y al 86% de 1995, cuando se celebró la primera Conferencia de las Partes (COP) de las Naciones Unidas sobre el clima.
“Se acepta ampliamente que existe la necesidad de tomar medidas más rápidamente, pero no estamos logrando los avances necesarios”.
Se habla mucho, y con razón, de los enormes avances que han logrado en este tiempo la energía solar, los parques eólicos y los coches eléctricos. Pero conforme ha crecido el uso de la energía, la oleada verde mundial ha representado hasta ahora un complemento a los combustibles fósiles, no un sustituto expreso de ellos.
Todo esto podría cambiar pronto. La influyente Agencia Internacional de la Energía (AIE) cree que las actuales políticas gubernamentales harán que la demanda de petróleo, gas y carbón alcance finalmente su punto máximo esta década. Pero no cree que la disminución prevista sea lo suficientemente pronunciada como para limitar el calentamiento global al objetivo de 1.5 ºC fijado en el Acuerdo de París. Eso exigirá medidas más estrictas.
Todo ello subraya el extraño periodo de estancamiento de la acción climática en el que nos encontramos.
Nunca antes se había aceptado de forma tan amplia la necesidad de una acción climática más rápida. Como resultado, comprendemos mejor que gran parte de la arquitectura institucional financiera, económica y climática mundial necesaria para reducir las emisiones no es apta para su propósito o aún no se ha construido.
A la Organización Mundial del Comercio (OMC), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el Banco Mundial, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) y otros organismos que deberían encabezar la aceleración de la transición energética les está resultando difícil hacerlo.
Y no es por falta de voluntad. Expertos dentro y fuera de estos grupos llevan años presionando para que se realicen reformas. Los cambios suelen requerir un acuerdo gubernamental difícil de conseguir en los mejores momentos geopolíticos, los cuales hoy no tenemos. Sin embargo, la necesidad de mejoras no hará más que aumentar.
Por ejemplo, la OMC es lógicamente el organismo que debe impulsar el comercio mundial de productos ecológicos y acabar con los subsidios a los combustibles fósiles que distorsionan el comercio y ralentizan la transición energética. Pero no lo es, a pesar de los años de esfuerzo de algunos países miembros. Según la AIE, los subsidios del consumo mundial de combustibles fósiles se dispararon el año pasado hasta alcanzar la cifra récord de más de US$ 1 billón.
El Banco Mundial ha hecho probablemente más por ayudar a los gobiernos a lidiar con estos subsidios que cualquier otra institución internacional, dice el economista especializado en desarrollo Neil McCulloch, autor del libro “Ending Fossil Fuel Subsidies” (Ponerles fin a los subsidios a los combustibles fósiles), publicado recientemente. Pero los presupuestos de que ha dispuesto para dichas tareas se han visto eclipsados por la magnitud del problema.
Lo mismo ocurre con programas similares de la AIE, la OCDE, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas (PNUMA), dice.
El IPCC de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) también está listo para reformarse. Muchos de los científicos del clima que contribuyen a las evaluaciones cada vez más enormes sobre el calentamiento global que ha estado publicando desde 1990 piensan que debería enfocarse en informes más breves y trascendentes. Su estudio relativamente modesto de 2018 sobre los efectos de 1.5 ºC de calentamiento muestra lo que es posible. Estos resultados revolucionaron la idea de cuán rápidamente deben reducirse las emisiones y generalizaron el concepto de cero emisiones netas.
Más de 70 países y casi la mitad de las 2,000 compañías más grandes del mundo se han fijado el objetivo de cero emisiones netas. Pero la ausencia de normas mundiales oficiales para dichos objetivos, por no hablar de un organismo internacional que controle si se cumplen, hace difícil juzgar su impacto.
Del mismo modo, los esfuerzos para transferir los billones de dólares en capital necesarios para acelerar la transición energética se verían favorecidos si existiera, por ejemplo, un panel intergubernamental sobre normas de inversión ASG, o sobre el ecoblanqueo.
No es necesario repetir las peticiones de reforma de las engorrosas conferencias COP de la ONU. Estos asuntos anuales deberían enfocarse más en la aplicación de políticas para alcanzar los objetivos acordados, y ayudaría que las decisiones se tomaran por mayoría de votos, no por consenso.
Sabemos que es posible la reforma institucional. Se espera que las reuniones del FMI y el Banco Mundial que se celebran esta semana en Marrakech se basen en las medidas que el Banco estableció en junio, como la pausa en el reembolso de la deuda, para ayudar a los países de bajos ingresos a lidiar con el creciente aluvión de desastres naturales.
Pero no es suficiente. Estos pasos deben ir acompañados de medidas para acelerar el alejamiento de lo que está alimentando esos desastres en primer lugar.