El Twitter de Elon Musk
Tomás Sánchez V. Autor de Public Inc., Investigador Asociado, Horizontal
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Tomás Sánchez V.
Que Elon Musk haya comprado Twitter no da lo mismo.
Nos guste o no, Twitter es lo más parecido que tenemos a una plaza pública digital. Es la plataforma donde todos van a plantear sus puntos de vista de manera abierta, dado que -a diferencia de otras redes sociales- todas las cuentas son 100% públicas. A pesar de ser relativamente pequeña, con 430 millones de usuarios versus los miles de millones de Facebook, YouTube, Instagram y TikTok, Twitter es sin duda el punto de encuentro directo entre ciudadanos desconocidos, medios de comunicación y organizaciones tanto públicas como privadas.
Si bien no fue originalmente creada para eso, se ha transformado en el lugar donde la sociedad se junta a discutir. Tanto así, que marca la agenda de la discusión pública, es un canal oficial y lo tuiteado termina impreso en diarios.
“Más allá de sus buenas intenciones, es difícil situar al fundador de Space X como garante o arbitro imparcial. La ausencia de gobierno corporativo sugiere que la plataforma podría parecerse más a un hobby o juguete político, más que a una institución responsable”.
Nos hemos acostumbrado a que se den discusiones tan importantes en la tierra del pajarito, que incluso impactan la tramitación de proyectos de ley en el Congreso, o que “trending topics” sugieran a gobiernos destituir ministros recién nombrados. Lo que no vemos es que eso es gracias a un delicado equilibrio, no exento de debate y polémica, en torno a cómo está calibrado el algoritmo detrás de Twitter. Dicho en términos cotidianos: el nivel de censura y prioridad de mostrar ciertos contenidos, y su consecuente impacto en la discusión política, es decidido por alguien o algo.
El contrapunto más claro es China, donde Weibo –el Twitter de por allá– tiene equipos dedicados a la censura, cuando la inteligencia artificial no es suficiente. Una plataforma donde, si se descarrila un tren, es como si nunca hubiese ocurrido. Donde el Presidente Xi no puede ser nombrado, ni puede publicarse cualquier alusión a él. Así es como el Partido Comunista chino le da forma a la realidad que quiere crear, comenzando por el absoluto control de lo que las publicaciones de los usuarios, disponiendo a su criterio lo que las personas discuten y piensan.
La delicada línea editorial neutra que Twitter había estado intentando sostener -si es que eso es posible-, restringiendo discursos violentos, hoy está en tela de juicio. Si bien Elon Musk ha declarado ser un libertario acérrimo y estar en contra de cualquier tipo de censura, también es son ciertas su hambre por protagonismo y ganas de involucrarse en todos los temas.
Buena polémica se ganó con su simplismo al abordar cómo resolver la guerra en Ucrania, donde el Presidente de dicho país salió a interpelarlo. De la misma forma que en los últimos días se ha dedicado a responderle a políticos y celebridades sobre su intención de empezar a cobrar en Twitter. Más allá de sus buenas intenciones, es difícil situar al fundador de Space X como garante o arbitro imparcial.
¿Y por qué hablamos de él y no de su empresa? Por la ausencia de gobierno corporativo, lo que sugiere que la plataforma podría parecerse más a un hobby o juguete político, más que a una institución responsable que busca rentabilidad al mismo tiempo que entiende el delicado rol social que cumple. Sin duda, en caso de tomar malas decisiones, el mercado operará, y la discusión pública se trasladará a otro lugar, pero los costos de transacción y distorsión serán dignos de estudiar.
Hoy sin duda se está formando un nuevo equilibrio político entre democracias liberales, corporaciones y regímenes autoritarios, todo con un distópico ingrediente en torno a la descripción de la realidad cuando dependemos como nunca de la interacción digital. “Los algoritmos están cambiando” escuché decir el otro día por ahí, no vaya a ser que nos cambien a nosotros también.