El reconocimiento de pérdidas y daños en la COP27
Maisa Rojas Ministra de Medio Ambiente Jennifer Morgan Comisionada por el Clima de Alemania
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Maisa Rojas y Jennifer Morgan
A semanas de la finalización de la COP27 en Egipto, el mundo hace balances en torno a sus resultados y aprendizajes. La Conferencia Mundial del Clima se desarrolló a la sombra de la guerra, de la crisis económica y de la pandemia, con lo cual había relativamente pocas expectativas en torno a los avances climáticos, a pesar de la crisis climática que se está agravando.
El que la Presidencia egipcia haya puesto el foco en la largamente postergada y compleja problemática de las “pérdidas y daños”, haciéndola materia de discusión a nivel oficial, fue un paso altamente necesario. El hecho de que la comunidad mundial haya acordado crear un fondo de financiamiento para los países más vulnerables al cambio climático fue un verdadero avance.
“El foco puesto en las pérdidas nos permite evaluar los costos de la inacción climática. Ello debiese ser antídoto para la mala adaptación y un impulsor de la acción para avanzar en procesos de transición justa”.
El objetivo de este fondo de financiamiento es que los países más vulnerables puedan responder a las pérdidas y daños. Lo anterior incluye las consecuencias asociadas a eventos extremos (huracanes, incendios, aluviones y olas de calor), eventos de inicio lento (tales como sequía y desertificación) y acciones ex-post, luego de ocurridas las pérdidas y daños.
Para el logro de este histórico resultado fue clave que se conjugaran tres factores: 1) La unidad de los países en desarrollo quienes, más allá de las diferencias entre los distintos grupos que los componen, negociaron bajo una sola bandera en el grupo de negociación G77+China; 2) La iniciativa de la UE, que unida y de manera ofensiva presentó una propuesta concreta para el Fondo; 3) y lo que fue muy importante: la gran presión de la sociedad civil y de los medios que apeló al sentido de responsabilidad de los países industrializados.
Hacerse cargo de las pérdidas y daños como parte de las negociaciones climáticas demuestra que podemos lograr avances sustantivos. Para ello se requiere que las partes trabajen en forma solidaria y colaborativa, escuchándose de manera recíproca para comprender los diversos requerimientos y demandas.
Algunas miradas plantean que abordar las pérdidas y daños es un fracaso colectivo, pues estaríamos fallando en cumplir con las metas de mitigación autoimpuestas. Sin embargo, otras perspectivas recomiendan que, más que omitir el debate en torno a las agudas consecuencias del cambio climático, es necesario relevar la importancia de empujar una transformación verde ambiciosa, que se haga cargo de las causas que originan las pérdidas y daños y, así, prevenirlas.
Se estima que con los actuales compromisos nacionalmente determinados (NDC, por sus siglas en inglés), el mundo no estaría alcanzando los objetivos de temperatura del Acuerdo de París. En palabras del secretario general de la ONU, “estamos con el acelerador puesto yendo hacia el barranco”. En esta trayectoria, el resultado lógico es que las pérdidas y daños aumenten en el mediano plazo.
Si queremos evitar este futuro, es necesario hacer frente a las pérdidas y daños ya existentes, garantizando una reparación y permitiendo que los países más vulnerables puedan recibir el apoyo necesario para paliar las consecuencias de esta crisis global. Pero también resulta claro que debemos reducir a la mitad las emisiones globales de aquí al 2030 para evitar que haya consecuencias aún más graves. También en este ámbito, nuestros dos países tienen una estrecha cooperación para alcanzar los objetivos ambiciosos.
El foco puesto en las pérdidas nos permite evaluar los costos de la inacción climática. Ello debiese ser antídoto para la mala adaptación y un impulsor de la acción para avanzar en procesos de transición justa, en donde el centro de la toma de decisiones contemple a los afectados en todas sus dimensiones. Aún estamos a tiempo para hacerlo.