El avance incontenible del acrónimo
Pilita Clark
- T+
- T-
Pilita Clark
Esta semana fui a Alemania, donde descubrí que tienen una palabra que describe la afición excesiva a las abreviaturas. La palabra es “abkürzungsfimmel” y tiene sentido en un idioma con palabras tan largas que parece como si hubieran sido escritas en un teclado sin barra espaciadora.
Pero la manía por los acrónimos, iniciales y otras abreviaturas se extiende fuera de Alemania, a pesar de años de quejas sobre lo profundamente confusos, excluyentes y, en general, exasperantes que son estos términos. De hecho, la tendencia está creciendo y la resistencia es tan obviamente inútil que he comenzado a pensar que es mejor buscar las ventajas de aceptar y utilizar los acrónimos.
“La resistencia a las molestas abreviaturas ha resultado inútil, así que mejor disfrutemos de los mejores ejemplos”.
Es útil recordar que las abreviaturas se remontan al menos a la época de Cicerón, cuando los antiguos romanos acortaron Senatus PopulusQue Romanus, el senado y el pueblo de Roma, al simple SPQR.
Estos atajos se han disparado en tiempos más modernos a medida que los avances en la ciencia y la tecnología han traído términos más largos y complejos que muchos sectores se apresuraron a abreviar, entre ellos el mundo de los negocios.
Me acordé de esto el otro día cuando me enviaron un nuevo libro que contenía no una, ni dos, sino tres páginas que enumeraban los acrónimos que los lectores probablemente encontrarían en su interior.
Había una buena razón para hacerlo: era un libro sobre finanzas climáticas, lo que significaba que cubría los mundos crónicamente cargados de abreviaturas tanto del cambio climático como de las finanzas. Solamente las palabras que comienzan con P de la lista incluían PRI (principios para la inversión responsable); PPA (contrato de compraventa de energía) y PPP, lo cual significa paridad de poder adquisitivo y, de manera confusa, asociaciones público-privadas (todas siglas en inglés).
Hubo un tiempo en que hubiera tomado esto como otro ejemplo de la idiotez de las abreviaturas. Una de las razones por las que solía admirar a Elon Musk era su repetida orden al personal de SpaceX y Tesla de evitar “acrónimos o palabras sin sentido” con el argumento de que “cualquier cosa que requiera una explicación inhibe la comunicación”.
Tengo un expediente de correos electrónicos titulado Acrónimos Enloquecidos donde archivo las inhibidas comunicaciones comerciales que regularmente llegan a mi bandeja de entrada. El contendiente mejor clasificado en lo que va del año es: “CSI nombra a la veterana de FIS Linda Fischer como COO, y nombra nuevos CRO, CPO y SVP”. Pero la competencia es dura, especialmente desde el auge de las criptomonedas.
El año pasado recibí un correo electrónico citando al CEO de una plataforma comercial que declaraba, sin explicación: “La situación de UST y LUNA, junto con las grandes caídas recientes de BTC, son un claro ejemplo de cómo cualquier cosa puede salir mal en el volátil mundo de las criptomonedas”.
Frente a esta marea implacable, encuentro útil recordar cuánto poder puede tener una abreviatura bien colocada.
Un escritor de la columna Lex del Financial Times (FT) usó una vez memorablemente el acrónimo PIGS para describir los problemas económicos de Portugal, Italia, Grecia y España, en un artículo titulado “Pigs in muck” (Cerdos en estiércol).
Como el entonces editor del periódico, Lionel Barber, escribió más tarde en sus memorias, The Powerful and the Damned (Los poderosos y los condenados), este titular provocó indignación. Los lectores acusaron al periódico de hundirse al bajo nivel de The Sun y Daily Mirror, mientras que la embajada española en Londres se quejó de que “cerdo” era uno de los términos más peyorativos en el idioma español.
Por desgracia para la embajada, el término PIGS ha perdurado, probablemente por la misma razón por la que el uso de los acrónimos se ha extendido en Washington DC: produce palabras memorables y pegadizas que se sobresalen en una era de distracción.
Cuando trabajé en Washington, hace más de 20 años, los miembros del Congreso tendían a presentar proyectos de ley con los títulos aburridos y sobrios que se ven en las legislaturas de todo el mundo.
Desde entonces, el Capitolio se ha convertido en un semillero del acrónimo de ingeniería inversa conocido como “backronym”: nombrar deliberadamente algo para crear un acrónimo memorable. Por lo tanto, la Coronavirus Aid, Relief, and Economic Security Act se convirtió en la Ley CARES (cuidado/atención) y la ley para incentivar la producción de semiconductores lleva las siglas CHIPS.
El cautivador análisis de un escritor de la revista Atlantic el año pasado mostró que alrededor del 10% de los proyectos de ley y resoluciones presentados por el Congreso de EEUU los dos años anteriores tenían nombres de acrónimos, frente a aproximadamente uno de cada 20 una década antes y menos del 1% a fines de la década de 1990.
Estos nombres logran lo que tantas abreviaturas no consiguen: comprensión instantánea. El mundo es un mejor lugar con ellos. Ojalá pudiéramos decir lo mismo de tantos otros acrónimos incomprensibles.