Economía chilena: ¿Resiliencia o ajustes pendientes?
Rodrigo Aravena González Economista jefe del Banco de Chile
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Rodrigo Aravena González
Es indudable que el escenario macro ha sido más benigno que lo esperado. Si bien a fines de 2022 una parte mayoritaria del mercado esperábamos una caída pronunciada de la actividad, las cifras han mostrado una desaceleración más lenta, sobre todo en cuanto a consumo interno. Dado ello, las estimaciones de crecimiento para el año han presentado una mejora, llevando incluso a plantear la posibilidad de que el PIB de 2023 no decrezca.
Esto ha llevado a que diversos agentes atribuyan esta situación a una potencial resiliencia del país, arguyendo una fuerte capacidad de absorber shocks. Sin embargo, creo que debemos evitar miradas autocomplacientes y conclusiones apresuradas.
“Debemos evitar miradas autocomplacientes y conclusiones optimistas apresuradas. Más que resiliencia, es claro que aún hay una serie de ajustes macro que no se han materializado, principalmente en empleo”.
Para partir, es fundamental reconocer que las perspectivas no sólo han mejorado en Chile. La no materialización de ciertos riesgos globales que nos preocupaban a fines de 2022, como un escalamiento del conflicto en Ucrania, la estrechez energética en Europa o la continuidad de medidas sanitarias muy estrictas en China, han sido determinantes para mejorar las perspectivas transversalmente.
Así, entre noviembre y marzo, la proyección de crecimiento para Europa, EEUU y China ha aumentado entre 50 y 60 puntos base, levemente por debajo de los 90 puntos contenidos en la Encuesta de Expectativas del Banco Central (en un contexto donde Chile podría ser el único país con crecimiento negativo en la región). Ello sugiere que el alza en las proyecciones no puede ser atribuible sólo a una eventual resiliencia local.
Resulta crítico también considerar el rol que ha tenido la política fiscal. Sin desconocer el indiscutible avance en consolidación fiscal en 2022, debemos consignar el rol más preponderante que ha tenido el Fisco especialmente los últimos meses. Prueba de ello es el mayor crecimiento del gasto público al inicio de este año, destacando el aumento de 13,1% anual en enero (5,5% promedio en el primer bienio), en una economía que ha caído un 0,2% en lo transcurrido de 2023.
Un efecto aún más claro se aprecia en el mercado laboral, donde el empleo asalariado del sector público creció 7,8% anual en febrero, debido al aumento de más de 56 mil plazas de trabajo el último trimestre. Ello, en contraste a la destrucción de 38 mil puestos en el sector privado, en un marco donde crece el número de personas en búsqueda de empleo.
Dado lo anterior, es válido preguntarse: ¿La economía habría tenido el mismo desempeño sin mediar el rol fiscal y la recuperación externa? Probablemente no. Por tanto, más que tomar posturas autocomplacientes sobre una eventual resiliencia macro, es fundamental estar consciente del debilitamiento subyacente de diversos indicadores relacionados con la inversión y, sobre todo, con el mercado laboral. Así, no debiese extrañarnos que en los próximos meses la economía vuelva a caer y que el desempleo se empine por sobre el 9%.
En suma, más que resiliencia, lo que debiese estar fuera de discusión es que aún hay una serie de ajustes macro que no se han materializado, principalmente en empleo.
Lo que definitivamente no ha sido resiliente es la capacidad de crecimiento tendencial, que ha acelerado su caída a cifras cercanas a 2%, principalmente tras la merma a la base de ahorro producto de los retiros de los fondos de pensiones. Por tanto, más allá de la discusión de corto plazo, el real desafío no es otro que volver a fortalecer los fundamentos de largo plazo, los cuales sólo obedecen a las bases institucionales del país. En un año de discusiones estructurales, este aspecto resulta particularmente relevante.