Diálogos tributarios: camino por recorrer
Susana Jiménez Economista
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Susana Jiménez
Hoy no se concibe una reforma sin un diálogo previo, lo cual está muy bien y nadie podría restarse de ello. Lo importante es que este diálogo incorpore a todos los sectores y propenda a un debate objetivo, en los plazos adecuados.
Esta semana terminaron las seis sesiones de los Diálogos para un Pacto Tributario convocadas por el Ministerio de Hacienda, en un período de apenas dos semanas y media, lo que a todas luces resultó apresurado. Los participantes fueron invitados a partir de una variada gama de la sociedad civil, pero fue poco representativa a la hora de convocar a las PYME y los trabajadores (sólo fue convidada la CUT).
La mayoría de las sesiones se iniciaron con una presentación del equipo de la OCDE, material que fue distribuido con insuficiente antelación a los participantes. Muchas de las premisas ahí planteadas fueron debatidas, aunque hubiesen requerido de mucho mayor análisis para un diagnóstico compartido.
“Una reforma tributaria no puede ser un fin en sí mismo y menos puede obviar sus consecuencias. Pareciera que falta bastante camino por recorrer y compromisos concretos que den garantías de un esfuerzo compartido y del buen uso de los recursos”.
Un ejemplo lo ilustra: mientras desde la OCDE planteaban una importante diferencia en la carga tributaria entre Chile y el promedio OCDE (11,9% del PIB), omitían el dato más relevante, cual es que esta brecha baja a 4,4 puntos del PIB cuando se excluyen las cotizaciones previsionales (para hacer los datos comparables, puesto que las cotizaciones son consideradas impuestos en varios países, pero no en Chile, que se suman a la cuenta de capitalización individual) y cae por debajo de dos puntos si se ajusta por nivel de desarrollo, cotizaciones y royalty. Si bien, a petición de los participantes, modelaron estos efectos en forma individual, nunca mostraron el resultado conjunto.
Lo anterior es importante, pues se requiere de un diálogo informado y un diagnóstico certero para alcanzar un verdadero Pacto Fiscal. Parte de este proceso pasa por discutir cuánto, por sobre los US$ 82.000 millones que hoy dispone el fisco, se requiere para cumplir con sus deberes y compromisos. Además, cualquier hogar, empresa o gobierno sabe que para allegar más recursos no sólo puede recurrir a pedir más, sino que debe también priorizar, reasignar y hacer más eficiente su nivel de gasto.
No se entiende que esto no fuera material de análisis profundo en los Diálogos, como tampoco lo fuera la necesidad de simplificar el sistema de impuestos, garantizar cierta competitividad y estabilidad tributaria, abordar la informalidad que merma la recaudación fiscal, y que ni siquiera se hablara de políticas que pudieran impulsar la actividad económica, a pesar de que por cada 1% de mayor crecimiento el fisco recauda del orden de US$ 800 millones adicionales.
Una reforma tributaria no puede ser un fin en sí mismo y menos puede obviar sus consecuencias. La reforma anterior no fue rechazada simplemente por un par de votos que faltaron, sino porque tenía falencias importantes, como el hecho de que se propusiera un impuesto al patrimonio y a las utilidades retenidas que castigan fuertemente el ahorro, fuente indispensable para financiar la inversión y el crecimiento, y la propuesta de desintegración, que afecta principalmente a pequeños y medianos empresarios. Por eso era tan importante que los Diálogos pudieran acercar posiciones y permitieran rediseñar una reforma que sume voluntades suficientes para su aprobación.
Pareciera que falta bastante camino por recorrer y compromisos concretos que den garantías de un esfuerzo compartido y del buen uso de estos recursos. Los Diálogos fueron un primer paso y ahora debiera ser el turno de los estudios técnicos y los acuerdos políticos que permitan hacer un análisis integral y proponer el Pacto Fiscal que el país necesita.