DF Conexión Asia | El mito del “siglo asiático”
Martin Wolf© 2023 The Financial Times Ltd.
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Martin Wolf
El futuro es asiático, argumenta el respetado analista Parag Khanna. Pero hay que examinar cuidadosamente esta creencia de la sabiduría convencional. Geográficamente, Asia no es más continente que Europa. “Asia”, en sí, ni siquiera es una idea asiática: la inventaron los europeos. Los asiáticos no se concebían a sí mismos como parte de una sola entidad continental. La región es demasiado vasta y diversa para que eso fuera posible.
Y todavía lo es. Lo que está ocurriendo es más bien un reequilibrio global, a medida que se desvanece el dominio históricamente breve pero muy significativo de Europa y su progenie colonial sobre la humanidad. Un mundo multipolar y desordenado lo sustituirá. ¿Representará “Asia” una gran parte de esto? Sin duda. China e India serán protagonistas. Pero Asia es más un escenario que un actor.
“Lo que realmente está ocurriendo es el reequilibrio del mundo conforme se reduce la hegemonía europea y estadounidense. Asia tendrá entonces una enorme importancia económica y política, pero no habrá una ‘voluntad’ asiática colectiva, sino sociedades que sigan sus propios caminos”.
Miremos el globo terráqueo: Europa y Asia son un solo continente. Por razones históricas y culturales, también tiene sentido incluir el norte de África en Asia, en lugar de en África. Esto es, entonces, Eurasia, el continente de las civilizaciones humanas más longevas. Históricamente, este supercontinente albergó la civilización confuciana al este; la civilización hindú al sur; la civilización islámica en el cercano occidente y la cristiandad en el lejano occidente. Al norte estaban los nómadas esteparios. Las interacciones entre estos vecinos eran profundas. Pero Eurasia era demasiado vasto para ser o concebirse como una unidad.
Los griegos parecen haber inventado la idea de dividir este continente en dos. El nombre aparece por primera vez en Heródoto, hacia el 440 a. C. En aquella época, nadie sabía con exactitud cuán vasta era él área que él llamaba Asia.
El historiador británico John Hale sostiene que el nombre “Europa” también sustituyó a “Cristiandad” durante el Renacimiento. Con Europa imaginada como un continente separado, Asia era el nombre de las vastas y diversas áreas situadas al este. Pero sólo en los últimos siglos los cambios económicos, tecnológicos y militares dieron el dominio a Europa y a sus vástagos. La distinción entre Europa y Asia se volvió real en términos de conquistas militares y de extraordinarias diferencias en la riqueza.
El fallecido economista Angus Maddison afirmaba que, en 1820, el producto interno bruto (PIB) real per cápita de Europa occidental era un poco más del doble que el de Asia oriental. En 1950, la proporción se había disparado a 6.5 veces. Pero, en 2018, había caído a sólo 2.4 veces, casi donde estaba hace dos siglos.
En 1820, Asia generaba el 61% de la producción mundial, mientras que Europa occidental sólo el 25%. En 1950, la participación asiática se había desplomado a un mero 20%, mientras que la de Europa occidental había alcanzado el 26%. En 2018, sin embargo, la participación de Europa occidental se había reducido al 15%, mientras que la de Asia se había recuperado hasta alcanzar un 48%.
Eurasia se ha reequilibrado bastante. ¿Y su peso en el mundo? Durante los dos últimos siglos ha disminuido, conforme la producción aumentó en las Américas y la población también creció allí y en el África subsahariana. Pero Eurasia sigue siendo el corazón de la humanidad. La proporción de la población de Eurasia en el total mundial seguía siendo del 72% en 2018, aunque inferior al 91% de 1820. Del mismo modo, su participación en la producción mundial fue del 70%, por debajo del 92% de 1820 (con gran parte del resto, inevitablemente, en América del Norte).
La gran historia es, entonces, la de la recuperación de lo que llamamos Asia, encabezada por Asia oriental, de su pronunciado declive económico relativo en el siglo XIX y principios del XX. En el proceso, Eurasia se ha reequilibrado sustancialmente y, como es natural, también lo ha hecho el mundo en su conjunto. Esta “gran convergencia” tampoco se debe a una cultura exclusivamente “asiática”. Las muy diferentes culturas de Asia, y especialmente las de Asia oriental y meridional, han adoptado lo que se consideran nociones europeas: mercados competitivos, libre empresa, comercio liberal, educación y el objetivo del crecimiento económico.
Las tendencias precisas de los diferentes países varían; dependen de la historia y de la cultura política de cada sociedad. China e India, por ejemplo, son extraordinariamente diferentes entre sí. Pero muchas de estas sociedades comparten el deseo de una vida más próspera. Sin embargo, este deseo no es exclusivo de Asia. Es universal. Lo que no lo es tanto, por desgracia, es la capacidad de organizar las sociedades de manera que sea posible conseguirlo. No cabe duda de que, en las últimas décadas, las sociedades asiáticas, especialmente las de Asia oriental, han tenido un enorme éxito en este sentido.
No es en lo absoluto sorprendente que este “emparejamiento” por parte de un número tan inmenso de personas genere enormes oportunidades para el comercio entre ellas, tal como lo ha señalado el Instituto Global McKinsey (MGI, por sus siglas en inglés). La creación de la Asociación Económica Regional Integral (RCEP, por sus siglas en inglés), en torno a China (pero sin India), sugiere que esto puede desarrollarse más rápidamente, aunque también subraya la casi inevitable centralidad de China en cualquier proceso de integración de este tipo.
¿Qué podemos decir entonces de este reequilibrio de Eurasia y, por tanto, del mundo? Lo más importante es que es natural. El extraordinario poder del que disfrutaban los europeos y EEUU, su potente progenie, está menguando. No es sorprendente que lo que llamamos Asia, cerca de la mitad de la población humana y hogar de algunas de las civilizaciones históricas del mundo, esté liderando el cambio. Salvo que ocurran catástrofes, es probable que esta tendencia continúe.
El centro de gravedad de la economía mundial simplemente se está desplazando hacia el este. Asia tendrá entonces una enorme importancia económica y política. Pero también tendrá sus propias rivalidades y dificultades internas. No habrá una “voluntad” asiática colectiva, más que las sociedades sigan sus propios caminos.
Mientras tanto, el Occidente necesita meterse en la cabeza colectiva dos pensamientos opuestos. En primer lugar, debe lidiar con el mundo tal y como es. En segundo lugar, debe defender lo mejor de sus valores, especialmente la democracia y la libertad individual, independientemente de lo que piensen los demás en el mundo. ¿Quién, después de todo, supuso que la vida se volvería más fácil?