Fukuyama, la política y la reactivación
Claudio Alvarado R. Director ejecutivo del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES)
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Claudio Alvarado
A casi cuatro meses de que el nuevo coronavirus llegara a nuestras tierras, el panorama sanitario y económico se vislumbra mucho peor de lo que podía anticiparse en esos lejanos días de marzo. En rigor, no hay índice o proyección de mercado que permita ser optimistas en el corto plazo. El golpe no sólo será muy fuerte, sino bastante más duradero que lo previsto. De ahí que la reactivación económica asome, sin lugar a dudas, como una de las principales prioridades en el futuro inmediato. Sin embargo, sería un error asumir que se trata de la única variable al momento de pensar en los instrumentos que permitirán levantar al país.
En un comentado artículo, publicado hace un par de semanas en “Foreign Affairs”, Francis Fukuyama señala que hay tres atributos que explican el relativo éxito de ciertos países al intentar manejar las consecuencias de la pandemia: las capacidades de su aparato estatal; la confianza social, sobre todo respecto de los gobernantes; y el liderazgo político. Aunque en otros aspectos el escrito pareciera ser demasiado categórico o pesimista –para bien o para mal, el escenario actual es incierto–, el análisis de Fukuyama resulta particularmente sugerente.
Después de todo, cabe recordar que si el politólogo norteamericano es conocido a nivel global, es por la amplia difusión (con frecuencia imprecisa) de su tesis del “fin de la historia”. Ella ha sido muy cuestionada e incluso el propio Fukuyama marcó distancia con su formulación original, pero la crisis sanitaria terminó de sepultar el modo en que típicamente se divulgaron sus ideas luego de la caída del Muro. De hecho, su reciente publicación refuerza un diagnóstico cada vez más patente: ya no tiene asidero el sueño de un mundo dominado por Estados mínimos, fronteras cada vez más abiertas e insignificantes y tráfico ilimitado de personas, capitales y cosas.
En el argumento que Fukuyama esgrime hoy resuena una larga tradición de pensamiento –que se remonta a Aristóteles, pasa por Alexis de Tocqueville y llega a autores como Raymond Aron–, que afirma precisamente la primacía de los fenómenos políticos a la hora de explicar las dinámicas sociales más relevantes. En la actual coyuntura eso quiere decir que los factores políticos e institucionales de las distintas naciones jugarán un papel determinante en sus procesos de reconstrucción pospandemia.
Desde luego, todo lo anterior conduce a repensar los desafíos de Chile para los próximos meses y años. Es indudable que la reactivación económica será fundamental, pero ella sólo será posible y sostenible en el tiempo en la medida en que nuestro país logre enfrentar adecuadamente las sucesivas crisis que se hicieron visibles desde octubre. Siguiendo el mismo esquema que usa Fukuyama, esto pareciera traducirse en al menos tres cosas: priorizar de una buena vez la modernización del aparato estatal; favorecer tanto las actitudes como las reformas institucionales que ayuden a disminuir los altos niveles de polarización y fragmentación política, contrarios a la confianza social; y promover aquellos liderazgos que estén a la altura de estos titánicos desafíos.
Nada de esto es trivial ni secundario. Si –parafraseando una difundida expresión– deseamos retomar pronto la senda del progreso, los elementos políticos e institucionales serán tanto o más indispensables, y tanto o más influyentes en la propia economía, que las iniciativas directamente vinculadas al empleo, el consumo y la inversión.