El Estado pospandemia
Claudio Alvarado R. Director ejecutivo del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES)
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Claudio Alvarado
Los trágicos efectos económicos y sociales de la crisis sanitaria aumentarán los debates sobre la función de nuestro aparato estatal. Se trata de discusiones que ya venían desplegándose desde antes del estallido social, y que se ven facilitadas por la disputa constitucional. Por otro lado –y tal como advirtió Angela Merkel–, el mundo entero deberá emprender un esfuerzo de reconstrucción sólo comparable con el período de posguerra. Guste o no, este escenario favorece el protagonismo del Estado.
La pregunta es, desde luego, cómo enfrentarán esta coyuntura la derecha política, el mundo empresarial y, en general, quienes comprenden tanto las limitaciones del Estado como la relevancia pública de la sociedad civil. El aparato estatal cumple una misión indispensable, pero no puede hacerlo todo ni ayudar a todos por igual. ¿Cómo promover estas ideas en un contexto que inevitablemente tiende a relegarlas a un segundo o tercer plano? ¿Cómo hacer frente a quienes, ante la innegable catástrofe que ya sufren miles de hogares, asumen que Chile deberá tener un Estado de bienestar como el de varios países europeos?
Más que negar la realidad o aferrarse a rigidices tecnocráticas sin demasiado correlato ni empatía con las urgencias actuales, conviene comenzar exigiendo las distinciones del caso. Así, y pensando en los distintos tipos de Estado que surgieron en la posguerra, cabe subrayar que el “Estado de bienestar” del que muchos hablan dista de ser un fenómeno uniforme. En rigor, no es para nada fácil saber a qué se refieren exactamente sus partidarios locales, porque los llamados Estado de bienestar han adoptado diversas formas. Por mencionar sólo algunos ejemplos, las realidades de Francia, España, Italia, Noruega o Suecia son disímiles entre sí, y a lo largo del tiempo estas mismas naciones han modificado su comprensión del papel que debe jugar su respectivo aparato estatal.
Con todo, es indudable que estos países han seguido en mayor o menor medida los ideales socialdemócratas. Estos no son asimilables con el socialismo de viejo cuño, pero ciertamente fueron su reformulación y han sido muy cuestionados. Tanto por sus ineficiencias y poca sustentabilidad en el tiempo, como por su tendencia a intervenir excesivamente en la vida pública, ahogando la vitalidad de la sociedad civil organizada (problema que han destacado incluso autores afines a esa sensibilidad, como Jürgen Habermas).
Pero el mismo mundo de posguerra muestra que hay otras alternativas. En contextos como el alemán se configuró un “Estado social” inspirado no en ideales igualitaristas, sino en el trabajo de los economistas ordoliberales. Ellos impulsaron una economía social de mercado diferente a la que usualmente conciben los dogmatismos de lado y lado. Su propósito fue garantizar las necesidades humanas elementales, como alimentación, salud o vivienda, en condiciones de suficiente acceso y calidad. Se trata de un modelo que pugna con la ortodoxia económica nostálgica del laissez faire, pero también con la planificación central; por de pronto, no excluye el concurso de los privados en la provisión de bienes públicos.
En circunstancias como las que hoy vivimos, conviene profundizar en el caso alemán. Mirar de cerca esa experiencia, sus ideas fundantes y su marco institucional tal vez podría ayudarnos a superar el debate maniqueo en el que suele agotarse nuestra discusión pública. Después de todo, hay muchos modos de fortalecer el Estado, y muchos modos de reconstruir un país.